sábado, mayo 24, 2008

Hambre y piojos.



Interesante. Acaba de ocurrir en esta Alemania. Gobernada, como la califican los sociólogos de fuste, por una coalición de la izquierda “moderada” (las comillas son mías) y la derecha moderada. (La derecha siempre es moderada, en la Argentina hubo “pensadores” que calificaron a Videla de gobernante “moderado”.) Es decir, en Alemania el gobierno está compuesto por demócratas cristianos y socialdemócratas. Pues bien, el ministro de Trabajo, Olaf Scholz, salió a leer un documento oficial ante los periodistas. En ese documento, estudiado y redactado por organismos oficiales, se señala que en el 2007, en Alemania –el país mejor organizado económicamente de Europa– ha avanzado la pobreza y, al mismo tiempo, avanzado la riqueza. Se señala en ese estudio que en Alemania el 13 por ciento de la población está bajo el nivel de pobreza, y otro 13 por ciento no cae en la pobreza porque cobra del Estado ayuda por niño o el seguro de desocupación.
¿Pero cómo? ¿Acaso Fukuyama no nos aseguró que el capitalismo, por sí mismo, iba a solucionar todos los problemas económicos del mundo? ¿Qué podemos esperar si Alemania va para atrás? Claro, en lo que respecta sólo a los pobres, porque el mismo estudio oficial señala que los ricos van para adelante, a toda vela. Palabras textuales del ministro Olaf Scholz: “La tijera entre pobres y ricos se ha abierto más aún”. Bien, aquí podríamos preguntarle al ministro por qué con esa tijera no le cortan las alas al sistema económico que aplican. “Las ganancias de los ricos crecieron –agregó el ministro– y la clase media se ha estancado.” Tal cual. Y agregó: “Es deprimente, en especial, que haya crecido el número de los que trabajan y a pesar de ello se encuentran en situación de riesgo de caer en la pobreza”.
Por supuesto, algunos lectores dirán que los pobres en Alemania no son tan pobres como en la Argentina. En la Argentina nuestros pobres viven en “villas de emergencia”, como el idioma oficial las denomina, eliminando la palabra de la sabiduría del pueblo, que las llama “villas miseria”. Los pobres en Alemania viven en casas. Pero igual, la humillación de la diferencia es la misma. Se nota en los supermercados de aquí entre quienes todos los días compran nada más que fideos o papas y no salen jamás de vacaciones y todos los otros que aprovechan las exuberancias perversas de la sociedad de consumo y que ahora van en jets privados a sus vacaciones en la Costa Azul. Sí, hay cada vez más jets privados.
Hasta se llega a esto, que tendría que darnos vergüenza a todos como seres humanos: en Munich se acaba de inaugurar la feria de los ricos, sí, para millonarios, Luxurious Fair, tal cual el nombre con que se anuncia. La entrada cuesta nada menos que 35 euros y se vende lo más exquisito y exótico que la mente humana pueda imaginar. Por ejemplo: handies de lujo de oro puro y adornados con diamantes. El pequeño aparato está dentro de un estuche en madera de arce de azúcar. El modelo “red devilkin of the stars” fue comprado por un industrial alemán en 149.000 euros para regalárselo a su hija cuando ella terminó su secundario. La socióloga alemana Ricarda Junge se pregunta en un artículo titulado “Nosotros, forjadores de la felicidad”, ante la nueva estadística de la pobreza: “¿Por qué el 26 por ciento de nuestra población debe vivir en la pobreza o marginada? ¿Es nuestra culpa? ¿O nos explicamos todo como los norteamericanos puritanos que se rigen por la regla: Dios premia a los buenos con la riqueza y castiga a los malos con hambre y piojos?”.
Una pregunta concreta de la socióloga. ¿Cómo la responderían nuestros obispos?
Eso sí, armas, más armas. En vez de repartir el pan nuestro de cada día, se fabrican más armas y se siguen haciendo grandes negocios con ellas. Las estadísticas enferman. Entre el 2001 y el 2006 los gastos militares mundiales crecieron un treinta por ciento, y ese año 2006 fueron de 1179 billones de dólares. Cínicamente se habla de que el mundo está en tiempos de “paz fría”. La mitad de esos gastos corresponden a Estados Unidos, 528 mil millones de dólares. Luego, le siguen China, la India, Pakistán, Indonesia y Rusia. Alemania es el tercer país que más exporta armas, 7,7 mil millones de Euros. Sólo lo anteceden Estados Unidos y Rusia.
Para fabricar esas armas y tantos productos superfluos, el ser humano ha destruido su propia naturaleza. Lo dicen los expertos de Naciones Unidas en su documento “Advertencia antes de la catástrofe”. Naturaleza destruida, tala de bosques, desaparición de la vida silvestre, catástrofes climáticas, a esto último lo hemos visto en las imágenes televisivas de los últimos días, en todos sus horribles detalles. El ecologista Joachim Wille lo ha definido todo en una corta frase: “La multiplicidad de las especies biológicas desaparece dramáticamente, porque con la destrucción de la naturaleza se gana mucho dinero”. Está todo dicho. El presidente de Alemania, Horst Köhler, ha mirado más allá y manifestó por fin la verdad: “Los bancos han convertido a los mercados financieros mundiales en un monstruo. Debemos ponerle barreras”. Ojalá que esa advertencia no sólo la haya dicho porque muy pronto está en juego su reelección.
De Italia siguen llegando noticias que asustan a los alemanes. “Ya de Italia no llegan ni siquiera buenos tenores, ahora vienen de Latinoamérica”, ha dicho con sorna un comentarista alemán. Las organizaciones de derechos humanos de Europa están preocupados por el crecimiento del neofascismo italiano. Y remarcan las iniciativas de Berlusconi: más policía y expulsión de los inmigrantes “ilegales”. Esto último es vergonzoso para un país que en su historia se salvó por la cantidad de emigrantes que envió al exterior, muchos de los cuales ayudaron a sus familias enviando dinero a la vieja patria. Berlusconi tendría que aprender que la única salida humana para retener la ola de pobres que va inundando Europa desde el Tercer Mundo es invirtiendo en esos países, creando nuevas fuentes de trabajo. No, Berlusconi es el demagogo que cree que con la expulsión de los abandonados del mundo y con más policía va a solucionar sus problemas económicos.
Pero no le va a resultar fácil a Berlusconi volver solapadamente a los tiempos del Duce. Hay una juventud que no se rinde. Por ejemplo, los más de diez mil jóvenes que concurrieron en Verona la semana pasada a recordar a Nicola Tommasoli, muerto a patadas por los neofascistas de la ciudad de Romeo y Julieta. Y también los jóvenes que asistirán al concierto que se dará mañana domingo en la Escuela de Música de Treviso en recuerdo de Bruno, mi nieto, que prefirió tener alas para ser nube en vez de soportar una sociedad de la alcahuetería y del sobado del poder.
Pero no sólo hay noticias malas en el mundo. De la Argentina me llega una noticia que me llena de alegría: se hizo justicia con los ajeros, los humildes recolectores del ajo en Mendoza. Se reincorporó a los cesantes. Fue porque en ningún momento abandonaron la lucha. Y otra más: la ciudad de Concordia, a través de sus representantes, eliminó el nombre de Julio Argentino Roca en su costanera y le puso el de Pueblos Originarios. Eso se llama coraje civil. La vida no se rinde.

Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania

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