domingo, diciembre 23, 2007

La fuerza de la clase obrera hoy: Un debate necesario en el activismo obrero

Recientemente fue difundido en el entorno del Movimiento Intersindical Clasista (MIC) un artículo titulado: "La fragmentación en la estructura del sistema de producción: sus consecuencias para el movimiento obrero", que se puede encontrar en Internet en http://boletinsalud.zoomblog.com/archivo/2007/11/07/.
Su autor se identifica como miembro del MIC aunque, por alguna razón que desconocemos, no ha querido hacer público su nombre.
La tesis principal de este trabajo es que en los últimos 30 años se ha producido una transformación a gran escala en la estructura de producción capitalista que ha afectado a la estructura de la clase obrera, fragmentándola y debilitando su capacidad de resistencia frente a la ofensiva patronal.
Estas ideas no son novedosas. Tuvieron un predicamento amplio en los años 90. Aunque no es la posición del compañero, muchos se agarraron a ellas para justificar su alejamiento de la lucha de clases y aceptar como inevitable la pérdida de conquistas históricas de la clase trabajadora.
Entre los cambios introducidos en la estructura productiva, nuestro autor destaca la tercerización y subcontratación de los procesos productivos, y el método Just in Time (justo a tiempo) que organiza la producción reduciendo las existencias (stocks) al mínimo. Con respecto a los cambios en la clase trabajadora, destaca el incremento de la precariedad del trabajo (empleo informal, temporal, subcontratado) y su descalificación progresiva, que han introducido divisiones artificiales en los obreros de una misma empresa (planta permanente, contratados, subcontratados, etc.), su adscripción a convenios de trabajo distintos o la polifuncionalidad, que provocan una mayor competencia y división entre ellos.

¿Una situación nueva en el capitalismo?

Es evidente que el capitalismo cambia sus formas de producción, como lo viene haciendo desde el primer día de su existencia. Ahora bien, estos cambios que menciona el compañero ¿han transformado cualitativamente la estructura de producción capitalista haciendo que ésta supere sus contradicciones fundamentales: la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras nacionales? ¿Impiden a los trabajadores la adquisición de una conciencia de clase? ¿Condenan al desamparo las luchas de la clase obrera por reivindicaciones económicas y, en un plano más elevado, por la transformación socialista de la sociedad?
Las conclusiones de nuestro autor no arrojan mucha luz al respecto y exudan pesimismo en cada uno de sus párrafos. Nosotros disentimos completamente de las mismas.
La descentralización o externalización de la producción que se da en muchas ramas industriales, y que se manifiesta en fenómenos como la subcontratación de determinadas tareas productivas, es un instrumento que utilizan las empresas matrices para reducir costos y aumentar sus márgenes de ganancia, mediante el abaratamiento de las mercancías producidas por estas subcontratas y la sobreexplotación de los obreros que trabajan en ellas.
En muchas ocasiones los obreros de las subcontratistas trabajan, codo con codo, con los obreros de la empresa contratante, formando en realidad una misma masa obrera.
La independencia de estas empresas subcontratistas o proveedoras es completamente ficticia. Dependen completamente de la gran empresa a la que prestan su servicio, sin la cual no podrían existir. La subcontratación es un disfraz que oculta el dominio absoluto de la gran producción. Si echáramos un vistazo a la composición accionarial de muchas de estas subcontratas veríamos cómo, incluso, el control decisivo lo tienen las grandes empresas para las que trabajan.
Aunque superficialmente parece que este tipo de estructura productiva debilita la respuesta de conjunto de los trabajadores, también deja expuesta la debilidad de los capitalistas. Y es que al llevar la relación de dependencia entre la empresa matriz y sus proveedoras a un punto extremo, basta una huelga en cualquiera de estas subcontratas para que la labor de la empresa matriz se vea duramente afectada. Esto ha ocurrido repetidas veces en las fábricas de automóviles de la Ford y General Motors de EEUU, donde la huelga en una o dos fábricas de autopartes obligaba a paralizar las plantas de ensamblado por la falta de componentes.
La viabilidad de cualquier cambio introducido en la producción capitalista está determinada por su capacidad para incrementar la productividad del trabajo humano, de ahorrar tiempo de trabajo, y abaratar las mercancías, si quiere sobrevivir ante la competencia. Pese a los cambios introducidos en la producción fabril y en el transporte, la producción "en masa" que es inherente a cualquier empresa requerirá siempre una concentración importante de obreros en un mismo espacio físico para hacerla viable y para extraerles a éstos la plusvalía (el valor creado por el obrero durante el proceso de trabajo que se apropia el capitalista) que es la fuente de donde surge la ganancia. El obrero asalariado, su concentración compacta en un mismo espacio físico y su acción colectiva para hacer valer sus intereses son por lo tanto el producto genuino, e inevitable, de la producción capitalista.
"La composición de la clase obrera cambia constantemente con cada modificación del proceso productivo. La actual generación de trabajadores de la industria de computadoras trabaja de un modo diferente al de los trabajadores de una cadena de montaje de la Ford. Pero la diferencia es sólo relativa. No han dejado de ser trabajadores que venden su fuerza de trabajo para poder vivir. Más aún, la diferencia entre las diferentes ramas de la producción está ajustándose continuamente. Las condiciones de trabajo en las grandes oficinas y centrales telefónicas, donde un gran número de trabajadores están concentrados trabajando con computadoras, se asemejan a las de las grandes fábricas. De hecho, las condiciones entre los primeros son, frecuentemente, peores" (Alan Woods y Ted Grant, La lucha de clases y el ciclo económico Septiembre 1999).

¿Cómo se desarrolla la toma de conciencia?

La introducción por los capitalistas de nuevas tecnologías y cambios en la forma de producción para disciplinar a la clase obrera e incrementar su participación en el mercado y aumentar sus ganancias, no es ninguna novedad. Siempre fue así.
La introducción del maquinismo a gran escala en la primera mitad del siglo XIX fue utilizado, en gran medida, para despedir a los trabajadores como represalia contra sus luchas; y también para recomponer las ganancias capitalistas tras la reducción de la jornada legal de trabajo, como consecuencia de la presión de los trabajadores, produciendo más mercancías con igual o menor cantidad de obreros.
En las primeras décadas del siglo XX tuvo lugar el desplazamiento de los obreros altamente especializados de los procesos de trabajo anticuados y artesanales, que requerían un largo período de aprendizaje. Estos obreros eran difíciles de sustituir y se colocaban fácilmente en una posición de fuerza a la hora de exigir mejores condiciones laborales. Por eso fueron desplazados por los obreros de la cadena de montaje fordista cuyas operaciones eran sencillas y no requerían una gran especialización.
Pero todos estos cambios en la estructura productiva no impidieron las huelgas ni estallidos revolucionarios en diferentes momentos, por la sencilla razón de que el capitalismo no puede resolver sus contradicciones básicas: la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras nacionales, que encorsetan el desarrollo de las fuerzas productivas y conducen periódicamente a las crisis de sobreproducción, y a cargar sobre la clase trabajadora los efectos de dichas crisis.
Ningún cambio de la estructura productiva puede impedir el proceso de toma de conciencia de los trabajadores. Puede retardarlo u obstaculizarlo pero al final termina imponiéndose.
Cualquier obrero es consciente de lo imprescindible que resulta su trabajo y el de sus compañeros para producir cosas útiles para la sociedad. Y esto no afecta solamente a los obreros industriales o del transporte. El trabajador de la salud, el bancario, el oficinista, el docente, el dependiente de comercio, el encargado de edificios, etc.; todos ellos se ven, siquiera parcial y localmente, como eslabones imprescindibles de la organización y administración de la sociedad. Esta percepción sobre su papel en la sociedad es exclusiva de la clase obrera y no la comparte con ninguna otra clase social (burguesía y pequeña burguesía).
La clase trabajadora constituye la mayoría aplastante de la sociedad. En Argentina, los trabajadores asalariados forman el 73% de la población activa. La clase obrera es la columna vertebral sobre la que descansa la estructura económica capitalista, haciendo que todo el sistema productivo, de transporte y administrativo de la sociedad funcione (o no) cada día.
Las relaciones sociales de producción capitalistas siguen siendo las mismas que hace 40 ó 100 años: los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, a trabajar para un patrón por un salario, se les extrae plusvalía y son explotados.
El trabajo asalariado es una condición impuesta al obrero para poder vivir. El obrero no tiene ningún interés personal en su trabajo. Su trabajo es "forzado" y lo que produce se lo apropia otro, su patrón. El obrero debe trabajar forzadamente para otro si quiere vivir. Y este es, precisamente, el punto de arranque de la oposición obrero-patrón y del proceso de toma de conciencia que permite a los trabajadores comprender los intereses de clase opuestos entre ellos y los empresarios, trabajen en empresas grandes o pequeñas, "en blanco" o "en negro", sean tercerizados o de planta.
No es cierto, como señala el autor del trabajo mencionado, que la descalificación del obrero sea necesariamente un factor regresivo en el desarrollo de su conciencia de clase. Más bien al contrario. Mientras más se descalifica la función del obrero, y menos importancia tienen sus facultades individuales, tanto más rutinario, aburrido y despojado de interés le resulta su trabajo. Este carácter del trabajo, desprovisto de creatividad, estimula la reflexión del obrero sobre sus condiciones de vida y trabajo, lo ayuda a generalizar su experiencia al comprobar la identidad de intereses que existen entre él y sus compañeros de trabajo, acrecienta su malestar e insatisfacción, y le permite tomar conciencia de su situación de explotación y opresión. Las propias condiciones de trabajo crean así, necesariamente, las premisas para el proceso de toma de conciencia de los trabajadores.
El sistema capitalista sólo puede conjurar la lucha de clases durante un largo período, y la radicalización política de los trabajadores, si en lugar de aumentar las contradicciones de clase entre obreros y capitalistas, las amortigua y suaviza.
Pero vimos todo lo contrario en los últimos 15 años. Sus consecuencias saltan ahora a la vista. La precariedad, la sobreexplotación y la incertidumbre ante lo que depara el futuro, ha desatado una auténtica explosión de la lucha de clases en América Latina que se ha expresado por medio de levantamientos revolucionarios en algunos países, y a través de procesos electorales con giros hacia la izquierda, en otros.
Este crudo "determinismo económico" aplicado a la conciencia de los trabajadores que nos dice que cuando las condiciones de trabajo son malas la clase obrera no puede luchar es ajeno a la realidad viva y a la dialéctica de la lucha de clases. Al tratar a la clase obrera como un factor pasivo, víctima fatalista de una realidad objetiva despótica, lo que se nos ofrece es una receta acabada para la inactividad, el desaliento, el pesimismo y la complacencia "con lo que hay". Desgraciadamente, esto es lo que caracteriza el comportamiento de la Mesa Nacional del MIC.
Los trabajadores no son un factor muerto (como las máquinas) en la estructura económica capitalista, sino un factor vivo: tienen sangre, nervios, músculos y cerebro; piensan, reflexionan, y aprenden de su experiencia. Los trabajadores pueden tolerar durante un tiempo retrocesos en sus condiciones de trabajo, particularmente en las situaciones más desfavorables. Pero esa "tolerancia" tiene el efecto de ir acumulando bronca, rabia y frustración hasta que llega un punto en que los trabajadores dicen que ya es suficiente y toda la situación se convierte en su contrario.

El papel de la dirección y la vanguardia

Es verdad que durante mucho tiempo, el empeoramiento de las condiciones laborales sumado al cuadro recesivo de la economía, actuaron como un freno a la lucha sindical. A esto debemos sumar la bancarrota de la dirección sindical, completamente degenerada, que abrazó como nunca antes la colaboración de clases. No había ninguna dirección, reconocida como tal por los trabajadores, que propusiera un programa o una perspectiva de lucha, por no hablar de la transformación de la sociedad. Los sindicatos no hacían nada mientras que los empresarios destruían las condiciones y los derechos laborales tan duramente conquistados.
Pero es un completo error culpar a las masas de los fracasos de las direcciones obreras. Los trabajadores son realistas. En estas condiciones, cuando no tenían una dirección competente en sus organizaciones, comenzaron a buscar soluciones individuales a sus problemas. Buscaron mantener su nivel de vida, aunque sobre la base de un enorme aumento de la extracción de plusvalía relativa y absoluta: con largas jornadas de trabajo, aumento de los ritmos de producción, mayor intensidad del trabajo, aumento de la productividad, etc.
Durante un período estuvieron dispuestos a aceptar la tiranía de los empresarios y sus imposiciones. No viendo ninguna alternativa, agacharon la cabeza y se dispusieron a morir trabajando, con menos vacaciones, trabajando los fines de semana y aceptando trabajar horas extras. Las largas jornadas laborales y el consiguiente agotamiento después de una dura jornada de trabajo, redujeron la participación en los sindicatos y organizaciones obreras. Esto reforzó aún más el control de la burocracia sindical, y su alejamiento de los trabajadores.
Pero esta búsqueda de soluciones individuales no podía durar siempre. Ha tenido consecuencias muy negativas: crisis nerviosas, enfermedades físicas y mentales, aumento de los accidentes laborales, etc. La explotación laboral ha llegado a sus límites. Los capitalistas ya no pueden exprimir más. Tarde o temprano tenía que llegar el momento en que los trabajadores dijeran: ¡ya basta! Ahora vemos el inicio de una reacción por parte de la clase obrera, reflejada en una oleada de huelgas a nivel internacional.
Es muy significativo lo ocurrido en Chile, uno de los países donde la desregularización de las condiciones laborales y la fragmentación de la clase obrera llegó a niveles extremos. Después de décadas de ausencia de un movimiento importante de la clase trabajadora, en el último año vimos su irrupción en los acontecimientos. En la jornada de lucha de fines de agosto, convocada por la central sindical CUT, y que contó con la participación de cientos de miles de trabajadores en todo el país, la consigna fundamental fue el derecho a la negociación colectiva para todos los trabajadores. No fue casual que la punta de lanza de esta lucha fueran los trabajadores mineros de las subcontratistas de la estatal Codelco, que conquistaron con su lucha este derecho.
En Argentina, pese a las derrotas del pasado y la existencia de un 40% de empleo informal, es innegable el cambio favorable experimentado por el ánimo de la clase obrera en los últimos años, consiguiendo los aumentos salariales y las mejoras en sus condiciones laborales más importantes en 15 años. El estímulo de este cambio no vino de arriba, de la dirección sindical, sino del crecimiento económico que ha jugado un papel muy positivo en la recomposición de las fuerzas de la clase obrera y en el aumento de su confianza en sí misma después de años de retrocesos.
También estamos viendo el protagonismo creciente de los trabajadores más precarizados, como los "tercerizados" de muchas empresas y sectores, en luchas por el reencuadramiento sindical, el pase a planta permanente. Aquellas condiciones que durante un tiempo fueron utilizadas para dividir y enfrentar a los trabajadores, ahora se transformaron en su contrario y actúan de estímulo para salir a luchar y exigir mejores condiciones de trabajo.
No es cierto que la clase obrera sea débil. Al contrario. Es la fuerza más poderosa que existe sobre la sociedad ¿Qué significa el "pacto social" que están cocinando el gobierno, la patronal y los burócratas sindicales, sino un reconocimiento de esa fuerza formidable de la clase y su miedo a que las luchas escapen a todo control, espoleadas por las subas de precios?
El papel de la vanguardia es esencial para acelerar el proceso de toma de conciencia de los trabajadores y ayudarlos a sacar todas las conclusiones de sus experiencias de lucha. La vanguardia debe desplegar un trabajo de agitación y de intervención en las luchas diarias de la clase para demostrar en la práctica la superioridad de sus métodos, propuestas y consignas, y de esta manera ganar el oído y la confianza de la clase. Pero, lamentablemente, los dirigentes del MIC han desperdiciado muchas oportunidades y no han desarrollado un trabajo serio y persistente en el seno de la clase, más allá de las empresas y sindicatos donde están presentes. No basta con organizar talleres de formación sindical para revertir esta situación, que es la única propuesta concreta que nos recomienda el compañero para hacer avanzar al activismo clasista.

Una perspectiva socialista

Muchos compañeros lloran por la pérdida de conquistas históricas ganadas en las décadas pasadas. Nadie se alegra por esto. Pero no debemos perder la perspectiva. Esas conquistas fueron conseguidas en una etapa excepcional del capitalismo, entre los años 40 y 60 del siglo pasado, basada en el pleno empleo y en un desarrollo ininterrumpido de las fuerzas productivas. Pero esa época pasó a la historia. Ahora, el capitalismo no puede desarrollar más las fuerzas productivas como en el pasado. Hay una crisis de sobreproducción de mercancías, que también se expresa en sobrecapacidad productiva instalada en las fábricas y empresas que limita este desarrollo. Con la excepción de China no vemos un desarrollo fundamental de las fuerzas productivas en ninguna parte.
El cambio regresivo en las condiciones laborales experimentada por los trabajadores en todo el mundo no refleja el paso a un estadio más progresivo del modo de producción capitalista, ni nos obliga a revisar el rol de la clase obrera en la sociedad ni la lucha por su emancipación, sino que es una expresión de la decadencia y del papel reaccionario del capitalismo. Es una expresión de la rebelión de las fuerzas productivas contra la camisa de fuerza impuesta por las relaciones de propiedad capitalistas, que exige una transformación radical de la sociedad sobre bases socialistas La propiedad colectiva y el control democrático de las fuerzas productivas en manos de la clase trabajadora, que somos la inmensa mayoría de la sociedad, nos aseguraría condiciones de vida y de trabajo auténticamente humanas para todos, y nos liberaría de la esclavitud física y espiritual que nos impone el sistema de trabajo asalariado, sustentado en la propiedad privada capitalista.
El capitalismo no da nada por seguro. Lo que hoy nos dan con una mano mañana intentarán sacárnoslo con la otra. Debemos luchar por cada demanda y conquista que suponga un paso adelante en nuestras condiciones de vida y de trabajo para evitar que nuestras familias caigan en la degradación de sus condiciones de vida, pero también debemos dar la lucha política, la lucha por la transformación de la sociedad en líneas socialistas para lo cual necesitamos construir una herramienta política de los trabajadores, con un apoyo de masas, que nos ayude a alcanzar este objetivo.

Aníbal Montoya

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