sábado, octubre 13, 2007

LENIN Y LA REVOLUCIÓN.



Memorias de sus compañeros de lucha más cercanos

ALEXANDR SCHOTMAN Ingresó en el Partido en 1899, miembro del Comité Central. Participó en la preparación de la sublevación armada de octubre. Después del triunfo de la Revolución ocupó cargos de responsabilidad en la esfera económica, en los órganos de poder popular y en el partido.
En vísperas de la Revolución. Después de los sucesos de julio de 1917, la contrarrevolución rusa lanzó una ofensiva y Lenin se vio obligado a pasara a la clandestinidad, Kerenski jefe del Gobierno provisional, exigía su arresto inmediato y ofrecía una buena recompensa en dinero a quien lo entregara.
Vladimir Ilich se escondió primero en el bosque, en una choza en Razliv, pero luego el Comité Central resolvió enviarlo a un lugar más seguro. Así fue como en Finlandia apareció un tal Ivanov.
Desde allí Lenin seguía atentamente cómo en Rusia iba cobrando fuerza una nueva ola revolucionaria y exigía, cada vez con más insistencia, que le organizaran su regreso a Petrogrado.
Lo importante es no dejar escapar el momento preciso me repitió decenas de veces.
Por fin, un buen día, sin el pase del Comité Central, Lenin pasó de Helsingfords a Viborg gracias a la ayuda del comunista Eino Rahja. Por lo visto, desde aquí pensaba irse a Petrogrado. Cuando me enteré de ello, de inmediato partí a Viborg, donde encontré a Ilich muy excitado.
Una de las primeras preguntas que me hizo cuando hube entrado a la habitación fue si era verdad que el Comité Central le había prohibido la entrada a Petrogrado.
Cuando se lo confirmé, se puso a pasear por la habitación, repitiendo “Esto es algo que no dejaré así”.
Cuando se hubo calmado un poco, comenzó a preguntarme detalladamente sobre que sucedía en Petrogrado sobre lo que decían lo obrero, sobre lo que pensaban algunos miembros del Comité Central, sobre los ánimos que reinaban en el ejército, etc.
Pasado cierto tiempo, cuando iba a tomar el tren a Viborg para hacer otra visita a Vladimir Ilich, en la estación de Finlandia en Petrogrado encontré a Eino, quien sonriendo con picardía, me informó de que Lenin ya estaba en la capital.
A principios de octubre el Comité Central por fin, adoptó la decisión de preparar la sublevación armada, que para aquella época ya había madurado y era inevitable.
Por esos mismos días se convocaron tres conferencias del partido. Recuerdo muy bien que todas las discusiones en ellas giraban en trono a sí había que tomar el poder de inmediato o esperar hasta el II Congreso de los Soviets, que debía celebrarse dentro de dos semanas.
Para resolver esta cuestión había que llamar a una sesión extraordinaria del Comité Central a la que se debía invitar a una serie de funcionarios del partido de provincia.
A mí me encargaron encontrar un local donde celebrar dicha sesión. Esta debía transcurrir de noche, cuando estuviera oscuro, para que Vladimir Ilich pudiese llegar hasta el lugar sin ser descubierto.
Aquel día, el 14 de octubre hacía un tiempo horrible: llovía y soplaba un fuerte viento a ráfagas. A las siete en punto llegaron al lugar de la cita Vladimir Ilich y Rahja. Juntos doblaron a una callejuela donde examinaron atentamente el entorno de la casa, para cerciorarse de que no había nada sospechoso.
Aquí en esta solitaria callejuela, Rahja me contó una pequeña aventura que recién había ocurrido con Lenin cuando se dirigía hacia acá.
Cuando cruzaban una calle, una ráfaga de viento se llevó la gorra de Vladimir Ilich... junto con la peluca. Por suerte, estaba oscuro, así es que todo terminó bien. Todos nos reímos de ese incidente, y Lenin en especial.
Dejé a Lenin con Rahja y entré a la casa, donde había solo cinco o seis personas. Quince minutos después Rahja fue a ver si ya habían legado todos. Pero no, había unas diez personas. Luego volví a ir yo, después de nuevo Rahja. Estuvimos esperando cosa de una hora, mientras paseábamos por las calles desiertas. Vladimir Ilich maldecía contra los camaradas por su impuntualidad. Cuando por fin, Rahja nos informó decidimos entrar. Por la puerta de servicio subimos al segundo piso y entramos en otra habitación donde ya estaban Sverdlov, Stalin y alguno más que no recuerdo.
Como ya había bastante gente, decidieron comenzar la reunión. Pero antes discutieron si Vladimir Ilich debía salir con o sin peluca. Por último, Lenin se la sacó.
La mayoría de los presentes no había visto a Vladimir Ilich desde los días de julio, y esperaban con impaciencia su aparición.
Cuando entró en la habitación, todos se levantaron a estrecharle la mano, algunos lo besaron y bombardearon con preguntas. Por fin se sentó en el fondo de la habitación en un taburete, sacó del bolsillo unas hojas escritas con su pequeña letra, levantó la mano para arreglarse la peluca pero, acordándose que no la tenía sonrió. Todos esperaban que comenzara su informe sobre la situación actual.
Empezó diciendo que había llegado la hora de decidir sobre el problema de la toma del poder. Lenin analizó en detalle la situación del país, constató que una gran parte del proletariado tenía simpatías por los bolcheviques y adujo al respecto los resultados de las elecciones a las dumas urbanas y distritales en Petrogrado y Moscú.
De los acontecimientos en el frente y en la retaguardia se veía claramente que el ejército no quería combatir, pero la paz solo la puede dar el poder proletario.
El campesinado tampoco esperará más y la tierra también se la pude dar solo el poder proletario.
Vladimir Ilich empezó hablando con calma tranquilo, pero luego se fue animando y continuó en su forma habitual: de vez en cuando diciendo agudezas, a veces golpeando duro a los camaradas que sabía que tenían otra opinión en cuanto a la necesidad de tomar el poder. De tiempo en tiempo se ponía de pie y con el pulgar en el chaleco, se paseaba, deteniéndose en los momentos más agudos.
El discurso de Lenin, que duró casi dos horas fue escuchado con suma atención. Cuando terminó todos estábamos como hipnotizados. En los veinte años que conocí a Vladimir Ilich, le escuché muchos informes y discursos, pero este era indudablemente, el mejor. Esta opinión era compartida por los otros camaradas presentes en la reunión que hacía muchos años conocían a Lenin.
Al final de su discurso, Vladimir Ilich repitió varias veces que había que tomar el poder de inmediato, que cada día perdido equivalía a la muerte. “La historia no nos perdonará, si no tomamos el poder ahora mismo”, exclamó.
Casi todos los presentes intervinieron en el debate del informe de Lenin.
Apasionadamente hablaron a favor y en contra Vladimir Ilich escuchaba a todos con gran atención, tomaba notas a veces movía la cabeza con desaprobación, sonreía mirando con malicia al orador. La discusión se prolongó hasta la madrugada. Algunos camaradas se fueron a otras habitaciones y tendidos en la mesa o simplemente en el suelo roncaban. Por la toma inmediata del poder votaron 19 personas; en contra 2 y cuatro se abstuvieron.

MARGARITA FOFANOVA Miembro del partido desde abril de 1917. En vísperas de la Revolución de Octubre, Lenin, que estaba clandestino se escondió en el apartamento de Fófanova. Durante el Poder soviético ocupó diversos cargos y fue rectora del Instituto Zootécnico de Moscú.
A fines de setiembre Lenin llegó a Finlandia directamente a mi casa. Recuerdo que fue un viernes, a eso de las cuatro o cinco de la tarde. Venía directamente de la estación, que quedaba cerca de nuestra casa. Cuando nos quedamos solos, me pidió que le mostrara el apartamento. Cuando entramos a la tercera habitación y le mostré el balcón, Vladimir Ilich sonrió alegremente y dijo:
“Magnífico. Ahora debemos ver si el canalón pasa cerca de mi pieza, en caso de que tenga que bajar por él”.
Salió al balcón, contó las ventanas y observó:
“La pieza está bien elegida”.
Por lo general, Lenin hojeaba todos los periódicos que entonces se publicaban en Petrogrado. Como yo no siempre podía comprarlo todos, me veía obligada a ir al centro. Pero incluso allí tenía que buscar los que necesitaba. Si yo no conseguía comprar algún periódico, Vladimir Ilich se afligía. Por la tarde me daba un papelito en el que anotaba los números que le hacían mucha falta, para que yo se los consiguiera de alguna forma.
Recuerdo que una vez me pidió que le trajera todos los números de las Noticias del Soviet de Diputados Campesinos de Toda Rusia.
Eran muchos, y Lenin estuvo dos días leyéndolos, incluso por las noches. Por último dijo:
Bueno, creo que me he estudiado a los socialrrevolucionarios al revés y al derecho. Solo me queda por leer hoy el mandato de sus campesinos. No es broma: el mandato ha sido firmado por 242 diputados locales. Nosotros lo pondremos como base de la ley sobre la tierra y ¡que traten entonces de desentenderse los socialrrevolucionarios de izquierda!.
El 24 de octubre, cuando me encontraba en la editorial que quedaba en la isla Vasílievski, me enteré de que habían levantado los puentes y que en las calles había soldados armados.
Con esta información llegué donde Lenin. De inmediato me envió al Comité Central, diciéndome que ya no se podía seguir aplazando la sublevación armada.
Cuando regresé a casa, Lenin ya no estaba. Al principio, cuando me encontré en el departamento a oscuras, no supe qué hacer. Encendí la luz y revisé las habitaciones: todas las puertas estaban abiertas, en el comedor, sobre la mesa, estaba la cena inconclusa y unos cubiertos limpios sobre los que después vi una delgada hoja de papel.
Leí: “Me fui adonde usted no quería que fuera. Hasta luego Ilich”.

EINO RAHJA Obrero activista del movimiento revolucionario ruso y finlandés. Miembro del partido desde 1903. En 1917 formó parte de la guardia personal de Lenin. Uno de los fundadores del Partido Comunista de Finlandia.
El 24 de octubre por la tarde llegué al apartamento de Vladimir Ilich y le informé de los acontecimientos que se aproximaban. Me escuchó y dijo: “Si hoy debe comenzar”.
Tomamos el té y comimos un poco. Lenin se paseaba por la habitación. Meditaba en algo.
De pronto me dijo que era necesario ir lo más rápido posible al Smolni. Pensé que eso nos llevaría varias horas, pues lo más probable era que los tranvías ya no corrían.
Por eso traté de disuadirlo, haciendo hincapié en el peligro a que se exponía si alguien llegaba a reconocerlo.
Pero Lenin no estuvo de acuerdo conmigo y declaró categóricamente:
“Vamos a Smolni”.
Para mayor seguridad, decidimos tomar ciertas precauciones . Se puso otra ropa, le vendamos la mejilla con una venda bastante sucia y le dimos una vieja gorra de obrero. Yo tenía dos pases al Smolni que había traído por sí acaso.
Eran como las ocho de la noche cuando salimos de la casa. Unos diez minutos después justo junto a la parada, nos alcanzó un tranvía que iba al parque. Estaba prácticamente vacío. Nos subimos a la plataforma trasera del segundo vagón y llegamos hasta la esquina de la calle Bótkinskaya, donde el tranvía debía doblar para ir al parque.
Seguimos a pie. En el puente Liteini, en el lado de Viborg, había guardias rojos. Nadie nos preguntó nada. Al llegar a la mitad del puente, vimos que al otro extremo los soldados de Kerenski pedían pases a los peatones.
De todas maneras Vladimir Ilich decidió probar suerte. Nos acercamos al grupo de hombres que discutían. Entre ellos había obreros, indignados, maldecían contra los soldados. Aprovechándonos de la discusión, pasamos sin que los guardias se dieran cuenta, luego doblamos por la calle Shpalérnaya y nos encaminamos al Smolni.
Ya habíamos andado bastante, cuando vimos que a nuestro encuentro venían dos cadetes a caballo. Cuando estuvieron frente a nosotros, nos ordenaron. “Alto sus salvoconductos”.
Le susurré a Lenin que siguiera, que me entendería con ellos. Yo llevaba dos revólveres.
Lenin poco a poco fue alejándose de nosotros. Mientras tanto, los cadetes me amenazaban con sus látigos y exigían que los siguiera.
Pero al fin y al cabo decidieron no perder el tiempo con nosotros, a quienes tomaron por unos vagabundos.
Y nuestro aspecto en realidad era el de típicos vagabundos.
Alcancé a Vladimir Ilich y juntos seguimos nuestro camino. A las puertas del Smolni había una multitud. Allí nos enteramos de que los pases de los miembros del Soviet de Petrogrado, que antes eran blancos habían sido reemplazados por otros, de color rojo. Este obstáculo ya era más serio. Y entre la multitud que esperaba no había nadie de nuestros compañeros. Entonces empecé a empujar, y los que estaban controlando los pases fueron arrojados a un lado. Subimos al segundo piso y nos dirigimos a una de las habitaciones del Smolni, donde pronto se nos unieron muchos camaradas del núcleo de dirigentes del partido. De inmediato empezamos a discutir la situación creada.
Mientras tanto, en la ciudad se estaba combatiendo. Se oían los disparos de fusiles y ametralladoras.

NADEZHDA KRUPSKAYA Esposa, amiga y camarada de Lenin Viceministro de Instrucción en la Rusia soviética, miembro honorario de la Academia de Ciencias de la URSS.
El Smolni hervía. De todos los rincones de la ciudad llegaban, en busca de instrucciones, guardias rojos, representantes de fábricas soldados. Las máquinas de escribir golpeaban sin cesar, sonaban los teléfonos en el tercer piso sesionaba ininterrumpidamente el Comité Revolucionario Militar. En la plaza ante el Smolni se oía el ruido de los carros blindados: había un cañón de 76 milímetros y pilas de madera por si hubiera que levantar barricadas.
Las rejas estaban custodiadas por ametralladoras y cañones y las puertas por centinelas.
A las 10 de la mañana del 25 de octubre, ya se había entregado a la tipografía el llamamiento. A los ciudadanos de Rusia, donde se informaba.
“El Gobierno provisional ha sido derrocado. El poder ha pasado a manos del Comité Revolucionario Militar, órgano del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado que está a la cabeza del proletariado y la guarnición petrograndense.
La causa por la que ha luchado el pueblo, inmediata proposición de una paz democrática, liquidación de la propiedad latifundista sobre la tierra, control obrero de la producción, creación de un Gobierno Soviético, ha triunfado.
“¡Viva la revolución de los obreros, soldados y campesinos!”
A las 14,30 horas tuvo lugar la sesión del Soviet de Petrogrado en la que se informó que el Gobierno provisional ya no existía.
Con acalorados aplausos saludó el Soviet a Lenin. En su informe no pronunció elevadas palabras sobre la victoria que habíamos logrado. Esto era característico de Vladimir Ilich. Habló de otra cosa, de las tareas que tenía el Poder Soviético, tareas que había que empezar a cumplir de inmediato.
A las 22.45 horas del 25 de octubre se inauguró el II Congreso de los Soviets de Toda Rusia. Aquella noche el Congreso debía elegir el Presidium y determinar sus funciones. De los 670 delegados, 300 eran bolcheviques, luego venían los socialrrevolucionarios, con 193 delegados y los mencheviques con 68. Los socialrrevolucionarios de izquierda, los mencheviques y los miembros del Bund, Unión de Obreros Judíos, echaban sapos y culebras. Juraban como carreteros, maldiciendo a los bolcheviques. Leyeron una protesta contra “el complot y la toma del poder que hicieron los bolcheviques a espaldas de los otros partidos y fracciones representados en el Soviet” y abandonaron el Congreso. También se fue una parte de los mencheviques internacionalistas. Los socialrrevolucionarios de izquierda, que constituían la inmensa mayoría de los delegados socialrrevolucionarios 169 de 193, se quedaron. En total abandonaron la sala unas cincuenta personas.
Vladimir Ilich no estuvo presente el día 25 en el Congreso.
Mientras se inauguraba el II Congreso de los Soviets, se llevaba a cabo el asalto al Palacio de Invierno. Kerenski, presidente del Gobierno provisional había huido el día anterior a Paskov.
Luego se fue a Moscú para organizar una campaña contra Petrogrado. Los demás ministros se habían encerrado en el Palacio de Invierno protegidos por los cadetes y el batallón femenino de choque. Los mencheviques, socialrrevolucuionarios y miembros del Bund estaban histéricos a causa del asedio al Palacio.
Después de que ellos hubieron abandonado la sala, se declaró un intermedio. Cuando la sesión se reinició a las 3,10 horas se informó que el Palacio de Invierno había caído, que los ministros habían sido arrestado, que los oficiales y cadetes habían sido desarmados y que el tercer batallón de motociclistas, que había sido lanzado por Kérenski contra Petrogrado, se había pasado al lado del pueblo revolucionario.
En la sesión de la tarde del 8 de noviembre fueron aprobados los decretos sobre la paz y sobre la tierra. En esto se llegó a un acuerdo con los socialrrevolucionarios. La situación era peor con respecto a la formación del Gobierno. Los socialrrevolucionarios de izquierda no se habían ido del Congreso pues comprendían que si lo hacían perderían toda la influencia que tenían en las masas campesinas pero, al mismo tiempo, rechazaron la proposición de formar parte del Gobierno; no querían tomar sobre sí ninguna responsabilidad.
Entonces Vladimir Ilich propuso un gabinete de solo bolcheviques.
Lenin constantemente pensaba en las nuevas formas de gobierno.
Pensaba en cómo organizar un aparato ajeno a la burocracia, que se apoyara en las masas y fuera capaz de organizarlas para que lo ayudaran y de educar a un nuevo tipo de empleados.

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