viernes, agosto 10, 2007

"El Estado y La Revolución” (II)



Y LO QUE LENIN NO PUDO ESCRIBIR

En la anterior entrega mostramos que las conclusiones a las cuales llegó Lenin, a fines de 1916 y comienzos de 1917, permiten entender la orientación que buscó imprimirle de entrada al proceso revolucionario ni bien tomó nota en su exilio suizo del levantamiento que derrocó al régimen zarista: por el pasaje a una segunda revolución que llevara al poder a los soviets y diera lugar a una “nueva forma de Estado”. Lenin pretendía culminar su trabajo con un capítulo sobre “ Los soviets en las revoluciones rusas de 1905 y 1917 ”. Pero no pudo escribirlo.
“Fuera del título -dijo entonces- no me fue posible escribir ni una sola línea: vino a ‘estorbarme’ la crisis política, la víspera de la Revolución de Octubre... ‘estorbos’ como estos no pueden producir más que alegría... es más agradable y provechoso vivir la experiencia de la revolución que escribir acerca de ella.” La función política de su trabajo, sin embargo, había sido cumplida. Era la delimitación definitiva del marxismo revolucionario frente a la degeneración oportunista del movimiento obrero socialdemócrata en torno a la cuestión clave de toda revolución: la cuestión del poder. Por eso, ni bien retorna del exilio, Lenin plantea la completa separación con los mencheviques (mientras los viejos bolcheviques planteaban la fusión en un mismo partido), el cambio de nombre del partido (que pasará a llamarse comunista) y la fundación de una nueva Internacional (que será la III).
La importancia del capítulo que Lenin pretendía escribir está dada por el hecho de que su concepción sobre la necesidad de imponer la dictadura del proletariado en la Rusia del ‘17, asignaba una gran importancia a la “experiencia” política de la clase obrera rusa.

Destruir el Estado burgués

La necesidad de demoler el aparato estatal de los capitalistas es el punto clave que Lenin destaca como conclusión decisiva de la labor teórica y práctica de Marx y Engels en el siglo XIX. Era lo que el oportunismo centroizquierdista de la época había terminado por omitir. La interpretación “kautskiana” del marxismo (por el nombre del jefe de la socialdemocracia alemana -Karl Kautsky-) aceptaba caracterizar al Estado moderno como órgano de dominación de clase de la burguesía y aun de sus intereses irreconciliables con el proletariado pero solamente para postular una suerte de copamiento progresivo y pacífico de la república parlamentaria por parte del proletariado, ocultando que “la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante”.
En El Estado... Lenin muestra cuidadosamente el recorrido seguido por Marx y Engels a partir del “análisis histórico concreto de las tareas de la revolución”. En el primer capítulo, titulado “Sociedad de clases y Estado”, establece los principios básicos del problema. En el segundo pone de relieve las experiencias de las revoluciones de 1848, cuando “la cuestión se plantea ya de un modo concreto, y la conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa, definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores -dice Lenin citando a Marx y Engels- perfeccionaron la máquina del Estado, y lo que hace falta es romperla, destruirla. Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la doctrina del marxismo sobre el Estado”. Y esto -continúa Lenin-, fue planteado cuando Marx no encontraba todavía los elementos concretos para establecer una forma estatal apropiada a lo que ya denominaba de un modo general la “dictadura del proletariado”: la etapa de transición del capitalismo a una sociedad sin explotación del hombre por el hombre.
En un tercer capítulo Lenin mostrará cómo es con la Comuna de París de 1871 -el primer gobierno obrero de la historia- cuando la práctica revolucionaria de la clase obrera pone en evidencia “ la fórmula al fin hallada” de la dictadura proletaria: la supresión del ejército permanente y la policía, y su reemplazo por el armamento popular; la desarticulación del aparato burocrático del Estado, y su reemplazo por funcionarios electos, con mandato revocable y que ejercían sus funciones por el equivalente al salario de un obrero. “Estamos -dice Lenin- ante uno de esos casos de ‘transformación de la cantidad en calidad’: la democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria, de un Estado (fuerza especial para la represión de una determinada clase) en algo que ya no es un Estado propiamente dicho”. Un Estado que, por lo tanto, comenzaba a “extinguirse”.

La “extinción” del Estado

En este punto, Lenin remata su programa de delimitación con el oportunismo, a cuya caracterización consagrará, en forma de polémica, el último capítulo de su obra inconclusa. Retoma así el debate de algunos años atrás (1912) entre Kautsky y el ala izquierda de la socialdemocracia alemana, al cual no le había prestado suficiente atención y en el que no había intervenido (hemos dado cuenta de este debate en el artículo previo de esta serie).
Lenin pone de relieve que el oportunismo admitía el planteo de la “extinción del Estado” pero como argumento... para cuestionar la revolución y evitar la destrucción del Estado burgués, es decir, para negar la necesidad de la dictadura del proletariado, el gobierno obrero. La “extinción” a la cual hacían referencia los Kautsky y Cia. no era otra cosa que la utilización del parlamentarismo por parte de una hipotética mayoría obrera. Dice Lenin: es “el más puro y vil oportunismo: renunciar de hecho a la revolución, reconociéndola de palabra”.
Lenin dedicará otro capítulo a explicar la “extinción” del Estado, retomando los planteos de Marx sobre las condiciones de realización del comunismo. Porque la posible abolición del Estado como aparato de coerción es indisociable de las posibilidades de una existencia humana librada de las restricciones de la penuria y la escasez material, es decir, en condiciones de un despliegue de las fuerzas productivas humanas que eliminen la lucha cotidiana por la existencia, la competencia de unos contra otros.
Es un tema que Marx consideró particularmente en un texto llamado Critica al Programa de Gotha (por la sede del Congreso de la socialdemocracia alemana que lo adoptó). En ese texto, que vuelve a considerar Lenin, Marx recordaba que un gobierno de trabajadores que instalara un régimen igualitario, expropiando a la burguesía y distribuyendo los resultados de la producción “según el trabajo” de cada cual, todavía sería un régimen “injusto”: “la aplicación de un rasero igual a hombres distintos, que en realidad no son idénticos, no son iguales entre sí; (de modo que) el ‘derecho igual’ constituye una infracción de la igualdad y una injusticia... pero estos defectos son inevitables en la primera fase de una sociedad comunista tal y como brota de la sociedad capitalista, después de un largo y doloroso alumbramiento”.

Lo que faltó (y no podía dejar de faltar)

Sobre las circunstancias necesarias para una sociedad comunista, el mismo Marx había escrito siendo todavía muy joven: “(...) el desarrollo de las fuerzas productivas es prácticamente la primera condición absolutamente necesaria (del comunismo) porque sin él sí se socializaría la indigencia y ésta haría resurgir la lucha por lo necesario, rebrotando, consecuentemente, todo el viejo caos (...)”. Quien lo recordará, casi veinte años después de El Estado y la revolución, será León Trotsky, y para concluir en lo siguiente: “esta idea no la desarrolló Marx en ninguna parte, y no se debió a una casualidad: no preveía la victoria de la revolución en un país atrasado. Tampoco Lenin se detuvo en ella, y tampoco esto se debió al azar: no preveía un aislamiento tan largo del Estado soviético”. Es un tema que quedó, entonces, excluido de la obra más conocida del líder bolchevique.
Con la perspectiva que brindan dos décadas de una historia ciertamente dramática, el mismo Trotsky, en La Revolución Traicionada, traza un balance de la obra de Lenin: “Partiendo únicamente de la teoría marxista de la dictadura del proletariado, Lenin no pudo, ni en su obra capital sobre el problema (El Estado y la Revolución), ni en el programa del partido, obtener sobre el carácter del Estado todas las deducciones impuestas por la condición atrasada y el aislamiento del país. Al explicar la supervivencia de la burocracia por la inexperiencia administrativa de las masas y las dificultades nacidas de la guerra, el programa del partido prescribe medidas puramente políticas para vencer las ‘deformaciones burocráticas’ (elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento de todos los mandatarios, supresión de los privilegios materiales, control activo de las masas). Se pensaba que con estos medios, el funcionario cesaría de ser un jefe para transformarse en un simple agente técnico, por otra parte provisional, mientras que el Estado poco a poco abandonaba la escena sin ruido.
“Esta subestimación manifiesta de las dificultades se explica porque el programa se fundaba enteramente y sin reservas sobre una perspectiva internacional.”
De esta manera Trotsky plantea, en 1936, los elementos para reformular los problemas del... Estado y la revolución.

PRENSA OBRERA

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