lunes, julio 16, 2007

Vaticano: el más siniestro puntal imperialista.Parte uno.

— Antisemitismo: de los cristianos a los nazis
— Los Protocolos de los sabios de Sión
— El Vaticano lo crearon los fascistas italianos
— Pío XII, el papa nazi
— Lucky Luciano y el general Patton: al asalto de Sicila
— Gelli, la logia P2, la red gladio y el Vaticano
— La mafia y el Vaticano
— Marcinkus: el banquero de dios
— Juan Pablo I: envenenado en 1978
— Wojtyla y la CIA
— Mindszenty: un cardenal contrarrevolucionario
— Los católicos en el imperio de los protestantes
— La oscura historia del padre Coughlin
— La legión de la decencia
— Involucran a Pablo VI con una red de criminales de guerra
— El Vaticano protege a los criminales de guerra
— Angola: la Iglesia Católica desaloja a miles de familias pobres de sus casas para especular
— La responsabilidad de la Iglesia católica en el genocidio de Ruanda
— Bibliografía

Con la complicidad de todos los medios de comunicación imperialistas, gracias a la muerte de Wojtyla, el Vaticano se dio su festín publicitario en una escala pocas veces vista. La elección de Ratzinger sigue la línea vaticanista de complicidad con el nazismo. Con solo 14 años, en 1941, siendo ya seminarista, Ratzinger se alistó voluntariamente en las Juventudes hitlerianas. Un testigo relató al Frankfurter Allgemeine Zeitung que a los 16 años, Ratzinger fue ascendido en las filas del Ejército alemán para recibir entrenamiento básico de infantería para la defensa de la fábrica de BMW en las afueras de Munich. En 1944 siguió su preparación militar en Hungría formando parte del Reichsarbeitsdienst que era un servicio de estrategia nazi, donde él, junto con otros compañeros, construyó sistemas antitanques. Ratzinger actuó bajo las órdenes del mariscal de campo Von Manstein luchando con brío junto en dos Divisiones Panzer.
Como buena rata desertó en los últimos días de la guerra al ver que su gobierno se derrumbaba, pese a lo cual fue capturado y hecho prisionero por soldados aliados cerca de Ulm en 1945. El Vaticano miente al afirmar que desertó de la Wehrmacht.
No puede extrañar que la reacción internacional recurra a un nazi para ponerle en lo más alto del Estado Vaticano, porque nadie como el Vaticano somete la conciencia de las masas oprimidas por millones, nadie como ellos lava dinero negro por todo el planeta, nadie como ellos constituye un poder monopolista y financiero asociado a un Estado religioso. Sotánicos y satánicos: así es el imperialismo católico...
Todas las religiones son el opio del pueblo. Están para embaucar a las masas, someterlas e impedir que se levanten contra sus opresores. Pero entre todas las religiones, el catolicismo destaca como un conglomerado singularmente reaccionario y pernicioso para los trabajadores.
Hay algunas claves que lo ponen de la manifiesto: ninguna religión está encabezada por un único tirano espiritual y material; ninguna religión tiene un Estado propio y es a la vez un poder espiritual, económico y político en todo el mundo; ninguna religión dispone de los medios financieros y monopolistas de los que disponen el Vaticano y los obispos católicos; ninguna religión ha tan estado apegada al poder dominante como los católicos ya desde la época del imperio romano; ninguna religión ha recurrido a feroces guerras exterminadoras para imponerse como el catolicismo desde la época de la Cruzadas.
Aunque se han adaptado muy bien al capitalismo, como ideología, el catolicismo es feudal; ellos no aceptan los más elementales principios democráticos, empezando por la separación entre la religión y el Estado. Como el Vaticano, ellos aspiran a un Estado teocrático en el que los políticos estén a su servicio. Dad al César lo que es del César pero para que el César haga lo que le digamos: éste es su lema máximo, como lo vienen poniendo de manifiesto en España desde que bendijeron la Santa Cruzada en 1936 y santificaron a los mártires que asesinaron a los trabajadores en una feroz guerra civil donde curas católicos y pistoleros fascistas fueron siempre de la mano. Era Franco quien nombraba a sus obispos y a quien los curas apoyaban todos los domingos desde los púlpitos en sus sermones.

¿Cuál es la doctrina de los papas y obispos católicos?:

— la propiedad privada ha de reputarse inviolable (Rerum Novarum, 12)
— es imposible quitar en la sociedad civil toda desigualdad... siempre existirá aquella variedad y diferencia de clases sin las que no puede existir ni siquiera concebirse la sociedad humana (Rerum Novarum, 14 y 27)
— es preciso emplear la fuerza y la autoridad de las leyes... Es preciso que las muchedumbres sean contenidas en su deber (Rerum Novarum, 29)
— el cristiano ha nacido para la lucha... Todo buen cristiano debe estar pronto a arrastrar hasta la misma muerte por su patria (Sapientiae christianae, 19 y 7)
— Jesucristo a sus apóstoles: No creáis que he venido a traer paz. No vine a traer la paz sino la espada (Evangelio de Mateo, 10:34)
— pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado (Sapientiae christianae, 11)
— negar a considerar a Dios como fuente y origen de la potestad política, es arrancarle su más bello esplendor y quitarle su mayor fuerza (Diutorum, 24).
Pero a nosotros nos importan poco las reaccionarias doctrinas de la Iglesia católica, sus continuas declaraciones contra el divorcio, el aborto, los homosexuales, etc. Nosotros somos materialistas: lo que nos importa son las estructuras económicas y políticas que permiten al Vaticano mantenerse como una verdadera multinacional, como uno de los centros del poder mundial. Para nosotros las opiniones son secundarias: no nos importan los creyentes católicos ni sus teorías oscurantistas sino la jerarquía de cardenales y obispos como latifundistas, dueños de bancos y empresas, así como la capacidad que eso les proporciona de formar parte de las oligarquías en el poder a través de sus testaferros en varios Estados, más o menos directos, tanto en Italia, como en España, como en Portugal o en toda América del centro y del sur.
No se puede entender nada sobre la Iglesia católica si no es de esa forma, lo cual a su vez supone precisar sus conexiones con las grandes potencias imperialistas (Estados Unidos y Alemania principalmente), con la OTAN (o lo que es lo mismo, con la red gladio), con la mafia, la logia P2 y con la inestable situación política interna en Italia porque -insistimos- el Vaticano es una creación de la Italia fascista y no se puede olvidar que Mussolini cayó pero Pío XII se mantuvo en su puesto, y si andamos un poco más lejos, hay que tener en cuenta que el poder de la jerarquía católica ha llegado a ser lo que es gracias -nada menos- que al Imperio Romano.
En el mundo capitalista de hoy, el poder terrenal de la Iglesia católica, sus tramas y redes de influencia, no tienen límites ni fronteras y se proyectan en todas las esferas. Eso hace que los cónclaves para la elección de los pontífices se conviertan en una feroz competencia política por el control del Vaticano, uno de los puntales del imperialismo. A su vez, el Vaticano se aprovecha de ello para extender sus redes en los países donde el catolicismo es minoritario.

Antisemitismo: de los cristianos a los nazis

A los cristianos les gusta presentarse como víctimas y contar historias inverosímiles de santos, mártires y catacumbas. Es para ocultar que nunca fueron perseguidos sino que fueron ellos los perseguidores, entre otros, de los judíos.
Lo que históricamente ha provocado el odio de los cristianos hacia los judíos ha sido el fanatismo de los primeros, una vez que se hicieron con el poder en el Imperio Romano. Ante unas masas incultas, acusaron a los judíos del asesinato de Cristo cuando fueron los romanos quienes lo hicieron. Pero ellos no iban a comprometer a la gallina de los huevos de oro, el Imperio Romano, en cuya fuerza sustentaban su expansión ideológica.
El listado de prominentes santos y padres de la Iglesia antisemitas es demasiado largo de enumerar. Baste con decir que rara vez se encuentra a uno que fuera realmente simpatizante de los judíos. La ferocidad del antisemitismo de la Iglesia no cejó con el paso del tiempo.
El obispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia Juan Crisóstomo (347-407) fue el primero y más fanático de los antisemitas cristianos. Su odio hacia los judíos no tiene paralelo. Está reconocido como el más grande de todos los predicadores cristianos y usó su oratoria para poner los cimientos de gran parte del futuro antisemitismo de la Iglesia. Después de algunos de los sermones de Crisóstomo en 388 su rebaño de feligreses incendió varias sinagogas.
Como antisemita, Lutero (1483-1546) fue tan sólo un poco menos virulento que Crisóstomo: Los judíos envenenan, son asesinos rituales, usureros; son parásitos de la sociedad cristiana; son peor que demonios; es más difícil convertirlos a ellos que al propio Satanás; están destinados al infierno. Son, en verdad, anticristo. Sus sinagogas debieran ser destruidas y sus libros decomisados; debieran ser obligados a trabajar con las manos; más aun, debieran ser expulsados por los príncipes de sus territorios.
En su último sermón, predicado solo días antes de su muerte, arengaba a que los expulsaran de toda Alemania. Este último sermón fue ampliamente difundido por la propaganda nazi en Alemania en los años previos a la II Guerra Mundial y a las matanzas en los campos de concentración.

A la sombra del Imperio Romano

El cristianismo se convirtió en una religión reconocida por el Imperio Romano en el año 312 y, poco después, en el año 325 se convocó el Concilio de Nicea -el primero- donde los más de 300 obispos asistentes resolvieron romper todo lazo de relación con los judíos. Entre otras cosas, la Pascua (Semana Santa) debía ser observada en una fecha fija, separada del calendario judío. En el Concilio el emperador Constantino se dirigió a los obispos: Nosotros no deseamos tener nada en común con este pueblo tan aborrecible, dado que el Redentor ha marcado otro sendero para nosotros. Los edictos hechos contra los judíos en el Concilio de Nicea fueron los precursores de los que habrían de seguir en concilios posteriores. En el concilio de Viena, en 1311, se decretó que ningún judío debiera ser admitido en un establecimiento público de baño, en un mesón, o en una casa de hospedaje para viajeros. El judío debía ser evitado como alguien herido de plaga, cuyo aliento es infeccioso, como un peligroso seductor cuya habla alberga el veneno del escepticismo y la incredulidad. Eran los comienzos del apartheid.
El tercer y cuarto concilios de Orleans promulgaron leyes que prohibían a los judíos el derecho de aparecer en las calles durante las festividades cristianas dado que su presencia sería una especie de ofensa para el cristianismo.
El odio de la Iglesia se desató en el Concilio Laterano de 1215 donde estuvo representada toda la cristiandad occidental: 71 arzobispos, 412 obispos, 800 abades y toda una hueste de dignatarios y sacerdotes de la Iglesia. Sus decretos fueron encerrados en 70 cánones, cuatro de los cuales trataban de los judíos. El que tuvo las más terribles consecuencias durante siglos es el que les declaró fuera de la ley. Desde entonces, en toda la cristiandad y en todo momento, se les ordenó llevar una ropa o una insignia distintiva. En algunos países llevaban fija en el pecho una insignia con la forma de una rueda: roja, amarilla o de otros colores. En otros, era un sombrero amarillo puntiagudo o un sombrero de vestir rojo en forma de cuerno. Ridiculizados, los judíos se encogían en signo de abyecta humildad y servilismo. Totalmente indefensos, fueron condenados por los cristianos para ser los parias de la humanidad y obligados a sufrir el desprecio, el odio, el saqueo y la proscripción, así como golpes y asesinatos de todo el que quisiera.
Después del primer concilio de Nicea, los decretos vinieron en una sucesión implacable. No les dejaron ninguna salida; los matrimonios entre judíos y cristianos eran penados con la muerte; fueron excluidos de todos los puestos públicos; no podían practicar determinadas profesiones y oficios, no podían trabajar en la agricultura ya que se les prohibía la propiedad de la tierra. Algunos países permitían médicos judíos, pero era una ocupación peligrosa: si el paciente era curado, el judío había usado la hechicería y si el paciente moría, el judio lo había envenenado. Cada Viernes Santo durante 300 años, a los cristianos se les enseñó a que golpearan a los judíos en el rostro, en retribución por la crucifixión. A los cristianos se les prohibió vender o arrendar propiedades a los judíos o comerciar con ellos. Se les denegó techo y comida, las necesidades básicas de la vida.
Durante las dos primeras Cruzadas cristianas a la Tierra Santa, los judíos en Alemania e Italia buscaron la protección de Enrique IV y Conrado III. La corona los convirtió en siervos imperiales, reduciéndolos a la condición de piezas de propiedad que podían ser compradas, prestadas y vendidas como cualquier otra mercancía. Habiéndoseles negado todo oficio, fueron confinados a dar dinero prestado y a la usura, obligándolos a convertirse en sanguijuelas financieras. Esto significó una causa adicional de su ruina, ya que a menudo eran tratados por los gobernantes como esponjas que se exprimían cuando estaban llenas, y luego se les entregaba al odio de unas masas peviamente fanatizadas por los curas cristianos. Las condiciones impuestas hicieron que el dinero fuera tan importante para ellos como la vida misma. Todo acto de la vida diaria de un judío estaba sujeto al pago de un impuesto. Tenía que pagar por ir y por venir, por comprar y por vender, por disfrutar sus derechos, por orar en común, por casarse, por tener hijos, hasta por el cadáver mismo que llevaba al cementerio.
Si los judíos de algún país en particular prosperaban por su comercio, por prestar, o por usura, a menudo eran expulsados de la tierra, y sus propiedades y casas eran confiscadas por la corona. En Francia se llevó a cabo una expulsión así, pero, después de que las finanzas del tesoro sufrieron por la falta de los impuestos judíos, fueron readmitidos. Después de unos pocos años, fueron expulsados de nuev, y, una vez más, sufrieron la pérdida de todas sus posesiones. A menudo, el veneno que mató a los judíos fueron sus propios bienes.

Bautismo o muerte

Una de las pruebas más devastadoras, peor que la muerte misma para el judío, era el bautismo forzado. Esto se practicó en la mayor parte de la cristiandad y miles de judíos escogieron la muerte, antes de sucumbir a este rito. Los Concilios Toledanos de España decretaron que quien es llevado al cristianismo por violencia, por miedo y tortura, recibe el sello de la cristiandad, y puede ser obligado a observar la fe cristiana.
Los cristianos torturaron y mutiladron a los judíos en un esfuerzo por implantar en ellos la fe verdadera, y los resultados fueron catastróficos. La miseria causada a los padres judíos es dura de describir. Las madres judías tomaban a sus hijos y, cargándose con piedras, se lanzaban con ellos desde el puente al río, a la muerte segura.
En Portugal se promulgó un decreto en 1497 por el que todos los niños judíos menores de 14 años debían ser bautizados antes o en el Domingo de Pascua. Algunos prefirieron matar a sus propios hijos, otros los arrojaron a los ríos o a pozos para impedir lo que temían más que a la muerte misma. La práctica de secuestrar a los hijos de judíos no bautizados, para criarlos como cristianos empezó en los primeros siglos y continuó durante más de 1.500 años, habiendo ejemplos de ello aún en los siglos XIX y XX. Muchos padres e hijos fueron separados a latigazos y luego arrastrados del pelo a la fuente bautismal; los niños eran luego distribuidos entre los cristianos para ser criados como tales, como hicieron siglos después los militares golpistas argentinos, también muy cristianos ellos.
En Tulzin, Polonia, en 1648 fueron asesinados 1.500 judíos por no recibir el bautismo; diez rabinos se salvaron a cambio de dinero.
En Homel, durante el mismo periodo los judíos fueron conducidos desnudos a los campos y 1.500 hombres, mujeres y niños, que no se bautizaron, fueron sometidos a muertes bárbaras. Millares de judíos perecieron en muchos otros poblados. En una ocasión cien niños judíos fueron muertos y arrojados a los perros por los cristianos.

Marranos

El bautismo forzado no fue una fase de corta duración; duró muchos siglos. Prevaleció tanto en España durante el siglo XV, que millares de judíos fueron convertidos a la fuerza. Muchos lamentaron el paso que habían dado y continuaron practicando su fe judía, en secreto o abiertamente. A los nuevos conversos se les llamó marranos (cerdos) y, para acobardarles, la Iglesia española difundió la leyenda del doble rostro de los judíos, de su hipocresía. Contra los marranos nació la Inquisición que operó en España, Portugal y en todas sus colonias, aterrorizándoles hasta que fueron expulsados. Se publicó un listado de 37 claves para atrapar a los marranos, incluyendo el no usar su mejor ropa el domingo. El total de marranos quemados vivos en el primer año de la Inquisición ascendió a 2.000 y 17.000 fueron sentenciados a la pérdida de sus propiedades, de derechos civiles o la cárcel.
En 1492 fueron expulsados de España. Podían llevar consigo sus propiedades, excepto oro, plata, monedas o artículos cuya exportación estuviera prohibida. Se trató de un expolio de sus propiedades.

Sermones a la fuerza

Desde el siglo IX los judíos estaban obligados a asistir a los sermones cristianos y esta práctica se convirtió en ley en 1278 por un decreto del papa Nicolás III, hasta que se abolió finalmente en 1848. En las iglesias les miraban las orejas para quitarles el algodón que algunos se insertaban para no escuchar.
En 1096 comenzaron las Cruzadas que tuvieron consecuencias nefastas para los judíos. Hordas de caballeros feudales, nobles y monjes fanáticos salieron para liberar la Tierra Santa de los musulmanes pero los cruzados se volvieron también contra los judíos y los masacraron, destruyendo sus comunidades junto con las comunidades musulmanas a lo largo y ancho de Europa. Ningún cruzado de la primera expedición llegó a Jerusalén; afortunadamente sucumbieron ante las enfermedades o la espada musulmana.
Las segunda y tercera cruzadas siguieron un patrón similar. Como incentivo para reclutar mercenarios, se les cancelaban las deudas contraídas con judíos. Muchos se inscribieron sólo para deshacerse de hipotecas, de manera que un gran número de judíos se arruinaron. El éxito de la segunda cruzada fue un poco mayor que el de la primera. Un remanente llegó hasta Damasco pero no pudo desalojar de allí a los musulmanes, y se abandonó la cruzada. La tercera cruzada fue dirigida por Godofredo de Bouillon, y aproximadamente una quinta parte de los cruzados llegaron a Jerusalén, hallaron a los judíos reunidos en una sinagoga y la incendiaron.

Los Protocolos de los sabios de Sión

Los Protocolos de los sabios de Sión es uno de los documentos más importantes en el que los nazis fundamentan sus absurdas teorías racistas y antisemitas. Fue escrita por los servicios secretos zaristas a finales del siglo XIX para impedir la revolución, provocando enfrentamentos entre los obreros de distintas nacionalidades y creando un enemigo ficticio –los judíos- que distrajera a las masas de los problemas políticos de la Rusia autocrática. En los Protocolos se dan cita los tres elementos fundamentales del pensamiento reaccionario europeo: el judaísmo medieval, la reacción aristocrática frente a la Revolución francesa y el anticomunismo contemporáneo. A partir de los Protocolos, judíos, masones y comunistas forman en el pensamiento reaccionario una unidad confabulada para apoderarse del mundo. La idea que pretenden transmitir es que son los judíos los que promueven las revoluciones, de la misma manera que en el pasado eran ellos los causantes de todas las calamidades sociales.
El núcleo de los Protocolos es una falsifiación histórica que consiste en afirmar que existe una organización secreta judía que trata de dominar el mundo. La idea de una conjura judía (para envenenar las aguas, para empobrecer a la gente, para sacrificar niños, etc.) aparecía periódicamente durante la Edad Media. Sin embargo, se trataba de episodios aislados, locales, desprovistos del carácter universal que adquirió tras la Revolución francesa.
En 1797 la reacción feudal trató de ganarse a las masas con el viejo antisemitismo medieval, tratando de convencerlas de que la Revolución formaba parte de una conspiración judía. Con la publicación de la Memoria para servir a la historia del Jacobinismo quedó perfilada la tesis de una conspiración subversiva mundial. El autor de la obra, un clérigo llamado Barruel, pretendía que la orden de los Templarios, disuelta en el siglo XIV, no había desaparecido sino que se había transformado en una sociedad secreta encaminada a derrocar las monarquías feudales. Cuatro siglos después, la misma se habría hecho con el control de la masonería y, a través de la organización de los jacobinos, habría desencanado la Revolución.
La obra de Barruel carecía de todo fundamento histórico pero despertó el interés de un oficial italiano llamado J. B. Simonini que le escribió desde Florencia proporcionándole informaciones sobre el papel judío en la conspiración masónica. Empezaba a forjarse así la leyenda de una conspiración judeo-masónica. En una carta -que fue un fraude de Fouché para impulsar a Napoleón hacia una política antisemita- el militar felicitaba al clérigo por desenmascarar a las sectas que estaban abriendo el camino para el Anticristo y le señaló el papel preponderante de la secta judía. Según Simonini, los judíos, tomándole por uno de los suyos, le habían ofrecido hacerse masón y así se había enterado de que la masonería había sido fundada por judíos y que en varios países -especialmente Italia y España- los muchos clérigos eran judíos encubiertos. Su finalidad era imponer el judaísmo en todo el mundo, objetivo que sólo tenía como obstáculo a los Borbones a la que los judíos se habían propuesto derrocar. Los dislates de la carta hicieron mella en Barruel, que, a juzgar por su obra, estaba bien predispuesto a creer este tipo de fantasías.
Barruel juzgó más prudente no publicarla porque temía que provocara una matanza de judíos. Pero distribuyó algunas copias en círculos influyentes y, antes de morir en 1820, relató todo a un sacerdote llamado Grivel. Nació así el mito de la conjura judeo-masónica, mito al que se incorporaron los datos suministrados por Simonini en su carta. Con todo, inicialmente, la idea de una conspiración judeo-masónica iba a caer en el olvido y durante las primeras décadas del siglo XIX ni siquiera fue utilizada por los antisemitas.
La revolución de 1848 volvió a despertar los fantasmas reaccionarios, esta vez en Alemania. Un escritor sensacionalista, Hermann Goedsche, presentó unas cartas para demostrar que el dirigente demócrata Benedic Waldeck había conspirado para derrocar al rey de Prusia. Una investigación demostró que los documentos eran falsos y que Goedsche era plenamente consciente de ello.
A partir de entonces Goedsche trabajó como periodista en el Preussische Zeitung, el periódico de los terratenientes conservadores y escribió novelas de ficción como Biarritz, publicada en 1868. Entonces la población alemana comenzaba a ser presa de renovados sentimientos antisemitas a causa de la emancipación parcial de los judíos. En un capítulo del relato se narraba una reunión de trece personajes, supuestamente celebrada durante la fiesta judía de los Tabernáculos, en el cementerio judío de Praga. En el curso de la misma, los representantes de la conspiración judía mundial narraban sus avances en el control del gobierno mundial. Al final, los judíos se despedían señalando que en cien años el mundo yacería a sus pies. Como en el caso de la conjura judeo-masónica, el episodio narrado en este capítulo de Biarritz iba a hacer fortuna.
En 1872 la novela se publicó en San Petersburgo de forma separada señalando que, pese al carácter imaginario del relato, existía una base real para el mismo. Cuatro años después, en Moscú se editaba un folleto similar con el título de En el cementerio judío de la Praga checa (los judíos soberanos del mundo). Cuando en julio de 1881 Le Contemporain editó la obra, ésta fue presentada ya como un documento auténtico en el que las intervenciones de los distintos judíos se habían fusionado en un solo discurso. Además se le atribuyó un origen británico. Nacía así el panfleto antisemita conocido como el Discurso del Rabino. Con el tiempo la obra experimentó algunas variaciones destinadas a convertirla en verosímil. Así el rabino, anónimo inicialmente, recibió los nombres de Eichhorn y Reichhorn, e incluso se le hizo asistir a un (inexistente) congreso celebrado en Lemberg en 1912.
Un año después de la publicación de Biarritz, en Francia apareció una de las obras clásicas del antisemitismo contemporáneo. Se titulaba Le juif, le judaásme et la judaisation des peuples chrétiens y su autor era Gougenot des Mousseaux. La obra partía de la base de que la cábala era una doctrina secreta transmitida a través de colectivos como la secta de los Asesinos, los templarios o los masones pero cuyos jerarcas principales eran judíos. Además de semejante dislate -que evidencia una ignorancia absoluta de lo que es la cábala- en la obra se afirmaba, igual que en la Edad Media, que los judíos eran culpables de crímenes rituales, que adoraban a Satanás (cuyos símbolos eran el falo y la serpiente) y que sus ceremonias incluían orgías sexuales. Por supuesto, su meta era entregar el poder mundial al Anticristo para lo que fomentarían una cooperación internacional en virtud de la cual todos disfrutarían abundantemente de los bienes terrenales, circunstancias éstas que, a juicio del católico Gougenot des Mousseaux, sólo podían ser diabólicas.
Pese a lo absurdo de la obra, no sólo disfrutó de una amplia difusión sino que además inspiró la aparición de panfletos similares generalmente nacidos de la pluma de sacerdotes. Tal fue el caso en 1881 de Les Francs-Maçons et les Juifs: Sixième Age de l'Eglise d'après l'Apocalypse del abate Chabauty, donde aparecen dos documentos falsos que se denominarían Carta de los judíos de Arles (de España, en algunas versiones) y Contestación de los judíos de Constantinopla. Tanto la obra de Chabauty como la de Gougenot de Mousseaux serían objeto de un extenso plagio por el antisemita francés Edouard Drumond, cuyo libro La France juive, editado en 1886, demostró ser un poderoso acicate a la hora de convertir en Francia el antisemitismo en una fuerza política de primer orden, como se demostró en el caso Dreyfuss que sacudió a toda la sociedad francesa desde 1894.
El único país donde, por aquel entonces, el antisemitismo resultaba más acentuado que en Francia y Alemania, y donde se originó el plan que culminó en los Protocolos, era Rusia, donde la plétora de libros antisemitas contaba con apoyo oficial. En 1869 se publicó el Libro del Kahal de Jacob Brafman para sostner que los judíos tenían un plan para eliminar la competencia comercial en todas las ciudades. Diez años después aparecieron los tres volúmenes de El Talmud y los judíos de Lutostansky, la obra que introducía en Rusia el mito de la conjura judeo-masónica.
No obstante, la obra de mayor influencia de este período fue La conquista del mundo por los judíos, cuya séptima edición apareció en 1875, escrita por Osman-Bey, seudónimo de un estafador cuyo nombre era Millinger. Éste se aprovechó de la paranoia antisemita existente en ciertos sectores de la sociedad rusa. Su panfleto sostenía que existía una conjura judía mundial cuyo objetivo era derrocar a los zares. Provisto del dinero que le entregó la Ojrana, el 3 de septiembre de 1881 salió de San Petersburgo con destino a París para investigar los planes conspirativos de la Alianza Israelita Universal que tenía su sede en la capital francesa. Millinger afirmó disponer de documentos que relacionaban a la Alianza con grupos terroristas antizaristas. En 1886, editó en Berna sus Revelaciones acerca del asesinato de Alejandro II. Con el nuevo panfleto quedaba completo el cuadro iniciado con el libro anterior. No sólo reafirmaba el peligro judío sino que además indicaba la solución: había que expulsar a los judíos, si bien la única manera de destruir la Alianza Israelita universal es a través del exterminio total de la raza judía.
El camino para la aparición de los Protocolos quedaba ya trazado. Del 26 de agosto al 7 de septiembre de 1903 aparecía en el periódico de San Petersburgo Znamya (La Bandera) la primera edición de los Protocolos, bajo el título de Programa para la conquista del Mundo por los judíos. El panfleto encajaba como un guante en el medio ya que el mismo estaba dirigido por P. A. Krushevan, un furibundo antisemita. Krushevan afirmó que la obra era la traducción de un documento original aparecido en Francia.
En 1905, el texto volvía a editarse en San Petersburgo en forma de folleto y con el título de La raíz de nuestros problemas a impulsos de G. V. Butmi, un socio de Krushevan que junto con éste se dedicaría a partir de ese año a sentar las bases de las Centurias Negras, los escuadrones de la muerte del zarismo. En enero de 1906, el panfleto era reeditado por la citada organización con el mismo título que le había dado Butmi e incluso bajo su nombre. Sin embargo, se le añadía un subtítulo que, en forma abreviada, haría fortuna: Protocolos extrañados de los archivos secretos de la Cancillería Central de Sión (donde se halla la raíz del actual desorden de la sociedad en Europa en general y en Rusia en particular). Las ediciones tenían una finalidad propagandística y consistieron en folletos baratos destinados a amplios sectores sociales.
En 1905 los Protocolos aparecieron incluidos en una obra de Serguei Nilus titulada Lo grande en lo pequeño. El Anticristo considerado como una posibilidad política inminente. El libro de Nilus ya había sido editado en 1901 y 1903, pero sin los Protocolos. En esta nueva edición se incluyeron con la intención de influir de manera decisiva en el ánimo del zar Nicolás II. La reedición de Nilus contaba con algunas circunstancias que, presumiblemente, deberían haberle proporcionado un éxito impresionante. Así, el arzobispo de Moscú ordenó que en las 368 iglesias de la ciudad se leyera un sermón en el que se citaba esta versión de los Protocolos. Inicialmente, no resultó evidente si prevalecería la versión de Butmi o la de Nilus. Finalmente, sería esta última reeditada con ligeras variantes y bajo el título de Está cerca la puerta... Llega el Anticristo y el reino del Diablo en la Tierra la que se consagró. El motivo de su éxito es que se publicó en 1917, el año de la Revolución rusa. El texto de Nilus está dividido en 24 supuestos protocolos en los que se intenta demostrar la bondad del régimen autocrático zarista y la perversidad de la democracia.
Consta de 24 supuestos discursos de los Sabios o Ancianos, que detallan los planes judíos para subyugar al mundo. Traducida a varios idiomas, esta obra ha ejercido una tremenda influencia, a pesar de que en 1921 fuera demostrada su falsificación.
En Estados Unidos gozó de su mayor circulación debido a la publicación de Henry Ford, The Dearborn Independent, cuya circulación era de 700.000 ejemplares. Aún después de ser comprobados como una falsedad, Ford -condecorado por Hitler y uno de los puntales nazis en Estados Unidos- continuó difundiendo los Protocolos y publicó todo el material antisemita en cuatro volúmenes.

El Vaticano lo crearon los fascistas italianos

Los católicos disponen de un Estado propio gracias al fascismo, gracias a Mussolini, a la vieja Italia fascista. Con la firma en 1929 del Tratado de Letrán entre el gobierno de los camisas negras y el Vaticano, Mussolini regaló a la iglesia católica su propio Estado soberano y toda una serie de garantías y medidas de protección diplomáticas de las que ninguna otra religión disfruta. Se le concedió inmunidad y sus diplomáticos empezaron a gozar de privilegios internacionales. Por eso el Vaticano es el único Estado teocrático del mundo, una reliquia de la más siniestra reacción mundial en el mundo del siglo XXI.
Desde sus mismos orígenes el Vaticano demostró su habilidad para entablar lucrativos negocios con los gobiernos fascistas. Los tres grandes defensores de la fe católica fueron Hitler, Mussolini y Franco; los tres firmaron sus respectivos concordatos con el Vaticano. Al concordato de 1929, firmado con Mussolini, le siguió otro con el III Reich de Hitler. Su gestor, Francesco Pacelli, fue una de las figuras clave del pacto con Mussolini; su hermano el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Papa Pío XII fue el encargado de negociar como Secretario de Estado vaticano, la firma del tratado con la Alemania de Hitler, que era católico, como Goebbels, Von Pappen y muchos otros jerarcas nazis. El cinturón de la Wehrmacht decía así: Gott mit uns (dios está con nosotros; dios estuvo siempre con los campos de concentración y las cámaras de gas, en la cavernas de la Gestapo y en el búnker hitleriano en Berlín.
Pero dios no era omnipotente; el Ejército Rojo fue más fuerte que todas la plegarias y liberó a toda Europa de la peste parda.
La Santa Sede se benefició de la exención impositiva de sus bienes en beneficio de sus curas, misioneros, parroquias, fundaciones, empresas y todo su gigantesco imperio monopolista. Los beneficios que recibió el Vaticano del fascismo fueron enormes pero, entre ellos, los beneficios fiscales fueron preponderantes. El Vaticano es el más grande paraíso fiscal del mundo: no pagan derechos arancelarios por sus importaciones. Se ahí que uno de sus negocios más lucrativos sea el blanqueo del dinero negro proveniente del tráfico de armas y del narcotráfico, muy por delante de las islas Caimán, Suiza, Bermudas o Liechtenstein.
Pio XI siempre se deshacía en elogios hacia Mussolini. Llegó a afirmar que era un hombre enviado por la divina providencia. Por su parte, Mussolini se comprometió a introducir la enseñanza de la religión católica en todas las escuelas del país y dejó el matrimonio bajo el patronazgo de las leyes canónicas, que no admitían el divorcio.
Los regímenes fascistas de Europa estuvieron siempre apoyados de manera entusiasta por los católicos. El régimen nazi en Alemania bajo Hitler, el fascismo italiano bajo Mussolini, el fascismo español bajo Franco, la dictadura salazarista en Portugal, el régimen clerical-fascista de Tiso en Eslovaquia, el régimen de los ustachis en Croacia y el de Pinochet en Chile son pruebas contundentes del compromiso católico con la más negra reacción mundial.
Pío XII bendijo al franquismo como obra de dios, elevó la Guerra Civil a la categoría de Cruzada y condecoró al general Franco con la Orden Suprema de Cristo, la más alta institución vaticana, condecoración que le impuso el nuncio apostólico Antonicetti, delegado en la zona franquista durante el alzamiento militar. El Vaticano y la Iglesia española participaron directamente en las atrocidades cometidas por el régimen español, del cual la Iglesia española formó parte esencial. La Iglesia católica siempre mantuvo excelentes relaciones con la España del criminal Franco, con la que firmó otro Concordato en 1951. Alentada por la propaganda franquista, la figura del nazi Pío XII fue la de un santurrón. Los unos se pagaban los favores de otros.
El cardenal Isidro Gomá desde el primer momento de estallar la Guerra Civil se colocó al lado de los sublevados, reorganizando la Iglesia en la zona franquista para la lucha contra la República y la democracia. Su apasionada defensa del franquismo en las pastorales y en la Carta colectiva del episcopado español, tuvieron gran repercusión internacional. Cuando terminó la guerra, dando un nuevo reconocimiento al franquismo, publicó El Catolicismo y la Patria, verdadera apología del terrorismo de Estado.
Cuando estalló la Guerra Civil, el obispo de Salamanca Enrique Pla y Daniel, como todos los jefes católicos, se colocó también en el bando de los sublevados. En septiembre de 1936 apoyó al bando franquista con su pastoral Las dos ciudades. En colaboración con la propaganda franquista, en 1939 publicó el documento El triunfo de la ciudad de Dios y la resurrección de España. En 1940, sustituyendo al cardenal Gomá, fue nombrado Arzobispo de Toledo y Primado de España. En 1946 fue nombrado Cardenal. Gobernó la Iglesia española durante más de veinte años, dejando claro su total colaboración con todas y cada una de las brutalidades del régimen franquista contra los demócratas que luchaban contra el fascismo.
Cuando Himmler viajó a España en octubre de 1940 para crear la policía española a imitación de la Gestapo alemana que él dirigía, visitó el monasterio de Montserrat, donde fue recibido por el abad y toda la comunidad monástica en pleno. Durante décadas, cada domingo, en las misas los curas rogaban por su Caudillo; la defensa del franquismo estuvo en cada plegaria, en cada rezo, en cada discurso y en cada púlpito. La Iglesia española controlaba casi la mitad de la prensa de la época y jamás emitieron ni una sola voz crítica hacia los desmanes del régimen.
A raíz de la ocupación alemana de Bohemia y Moravia -la actual Chequia-, Eslovaquia se independizó, convirtiéndose en un satélite de la Alemania nazi. Gobernaba el país -de mayoría católica- un partido nazi cuya cabeza era el primer ministro, Bela Tuka, pero el presidente de la República era un sacerdote católico, Josef Tiso, un reaccionario antisemita. En 1942 empezaron las deportaciones de los 80.000 judíos que había en Eslovaquia. En el verano de 1944 hubo una sublevación popular y, para sofocarla, entraron las tropas alemanas en el país. El Vaticano envió al sacerdote Tiso un telegrama en nombre de Pío XII en la que pedía que ajustara sus sentimientos y sus decisiones a las exigencias de su dignidad y de su condición sacerdotal. En su contestación Tiso minimizó la gravedad de lo que sucedía, dando a entender que las deportaciones tenían como destino las fábricas alemanas, e incluso se deslizaba alguna expresión antisemita. En 1947 el cura Tiso fue capturado por el Ejército Rojo y fusilado.

Pío XII, el papa nazi

El 25 de octubre de 2006 el embajador de Israel en el Vaticano, Oded Ben Hur, asistía a la presentación del libro de Alessandro Duce La Santa Sede e la questione ebraica (1933-1945), un trabajo que no tiene demasiado interés, prueba de lo cual es que pronto lo tendremos traducido al castellano y en las estanterías de El Corte Inglés y los Relay de todas las estaciones, gasolineras y aeropuertos, porque la obra de Duce lava la cara a Pio XII y la política pro-nazi del Vaticano entre la primera y la segunda guerra mundiales.
A la salida del acto los periodistas preguntaron al embajador su opinión sobre el proceso de beatificación del papa nazi y él aconsejó que el Vaticano debería esperar un poco mientras autoriza a los historiadores para que puedan consultar los archivos diplomáticos de la Santa Sede que guardan toda la podredumbre, hasta la fecha escondida bajo mil candados.
El embajador pedía un poco de calma a otro nazi, Ratzinger, alias Benedicto XVI, porque la beatificación marcha a pasos acelerados, de manera que dentro de poco tendremos al primer nazi en los altares.
Naturalmente el embajador dejó bien claro que hablaba a título personal, porque son sabidos los estrechos lazos ahora (ya era hora) existentes entre el Vaticano e Israel, con Estados Unidos de por medio, mientras Ratzinger demoniza a los fundamentalistas que, como por casualidad, son siempre los islamistas.
También aconsejó el embajador que el Vaticano escuchara a los últimos supervivientes (judíos) del holocausto, los cuales no tienen la misma opinión sobre Pio XII que Ratzinger y sus santificadores.
Papa en el crucial periodo comprendido entre 1938 y 1958, Pio XII fue una pieza fundamental en la política hitleriana desde 1933, e incluso antes, ya que fue uno de los que aupó a los nazis al poder mientras fue embajador del Vaticano en Alemania.
Desde la primavera de 1917, Eugenio Pacelli fue nuncio papal o embajador del Vaticano en Alemania. Su obsesión era el comunismo y por eso, más que cualquier otro, ayudó a Hitler a llegar al poder en 1933. Los católicos disponían en la Alemania de entonces de uno de los partidos burgueses más fuertes, el Zentrum, que contribuyó a abrir el camino hacia el gobierno a los nazis. Precisamente Pacelli fue enviado como nuncio a Alemania a petición de Erzberger, jefe del partido católico Zentrum.
Según sus propias palabras, era abiertamente antisemita. Había llegado al Vaticano en 1901, a la edad de 24 años, reclutado para especializarse en cuestiones internacionales. Era conocido en los pasillos del Vaticano como El Tedesco (El Alemán) y tras la I Guerra Mundial, a la edad de 41 años, ya arzobispo, Pacelli partió hacia Munich como nuncio papal.
En una Baviera cuya tradiciones antisemitas eran tan virulentas como las de Austria, de la que había formado parte hasta principios del siglo XIX, Pacelli se rodeó de una camarilla de extrema derecha que lo siguió durante toda su vida. El nuncio, como todo el clero bávaro que se encontraba bajo sus órdenes, estuvo ligado desde principios de los años 20 a los grupúsculos de extrema derecha que abundaban en Baviera. Se reunía frecuentemente con Ludendorff, íntimo de Hitler, en aquel nido de los terroristas, que se refugiaban allí después de cometer sus crímenes para preparar su asalto al poder.
Recorrió Alemania, destruída por la guerra. Presenció la revolución proletaria en Munich en 1918. En una carta a Gasparri, Pacelli describió así los acontecimientos: Un ejército de trabajadores corría de un lado a otro, dando órdenes, y en el medio, una pandilla de mujeres jóvenes, de dudosa apariencia, judías como todos los demás, daba vueltas por las salas con sonrisas provocativas, degradantes y sugestivas. La jefa de esa pandilla de mujeres era la amante de Levien [dirigente obrero de Munich], una joven mujer rusa, judía y divorciada [...] Este Levien es un hombre joven, de unos 30 ó 35 años, también ruso y judío. Pálido, sucio, con ojos vacíos, voz ronca, vulgar, repulsivo, con una cara a la vez inteligente y taimada.
Hitler, que había logrado su primer gran triunfo en las elecciones de 1930, necesitaba un acuerdo con el Vaticano. Tras su ascenso al poder en enero de 1933, dio prioridad a su negociación con Pacelli y pocos meses después se firmó el concordato. Una de sus cláusulas secretas (la otra apuntaba a la organización de la Iglesia católica dentro del ejército alemán, en aquel entonces en proceso de formación clandestina) estipulaba que, cuando las tropas del Reich invadieran Ucrania, los clérigos germanos, adeptos todos de un antisemitismo tan visceral como su antibolchevismo, convertirían ese gran territorio ortodoxo al catolicismo.
El concordato dio al Führer gran prestigio internacional en el preciso momento en que se convertía en la cabeza del Estado alemán. A cambio, Pacelli colaboró en la retirada de los católicos de la actividad política y social para dejar la manos libres a los nazis.
El 14 de julio de 1933, Hitler dijo a su gobierno que el concordato había creado una atmósfera de confianza especialmente significativa en la lucha urgente contra el judaísmo internacional. Aseguraba que la Iglesia Católica le había dado su bendición pública, dentro del país y fuera de él. Goebbels y su equipo de propaganda lanzaron el mensaje a los cuatro vientos: la Santa Sede aprobaba la política nacional-socialista. El Concordato entre Hitler y el Vaticano creó un clima ideal para el exterminio de los antifascistas.
Pacelli y el Vaticano nada dijeron de la quema del Reichstag, que imputaron falsamente a Dimitrov y a la III Internacional, y silenciaron la persecución de los antifascistas. A medida que las persecuciones crecían en Alemania, Pacelli las respaldó afirmando que eran un asunto interno del III Reich.
La relación de los católicos -una minoría en Alemania- con los nazis no es que fuera buena: era íntima; cada 20 de abril, cumpleaños de Hitler, el cardenal Bertram en Berlín enviaba sus más calurosas felicitaciones al Führer en nombre de los obispos y las diócesis de Alemania con las fervientes plegarias que los católicos de Alemania envían al cielo desde sus altares.
Pacelli promovió la carrera eclesiástica de los curas nazis de la Iglesia austriaca y alemana: el austriaco Hudal, rector del Instituto romano de la Anima, uno de los pilares del pangermanismo que se pasó de lleno al nazismo, campeón del Anschluss, nombrado obispo de Ela para festejar el advenimiento de Hitler, glorificó mediante la pluma -en 1936- la alianza entre la Iglesia y el nazismo y exaltó el antisemitismo. Gröber, llamado el obispo pardo de Friburgo, era desde 1932 miembro activo de las SS y, a partir de 1933, Pacelli le encargó de misiones políticas decisivas. En 1935 -el año de las leyes de Nuremberg- publicó con el aval de Roma un manual de cuestiones religiosas que le convirtió en campeón de la sangre y de la raza. Después de años en el Germanicum de Roma, otro vivero del pangermanismo que se hizo nazi, Pacelli aupó al croata Stepinac al arzobispado de Zagreb en 1937: gobernador de Zagreb en 1939, desde donde garantizó la influencia hitleriana, este arzobispo, antes de convertirse en el segundo personaje oficial de la Croacia independiente de Ante Pavelitch, anteriormente a la invasión alemana del 6 de abril de 1941 contra Yugoslavia, encarnaba el antisemitismo financiado por el gobierno hitleriano.
En enero de 1937, tres cardenales y dos obispos alemanes viajaron al Vaticano para protestar contra la persecución nazi de la Iglesia Católica, a la que se le había suprimido la actividad pública. Estos incautos ignoraban los acuerdos entre bastidores para sacar a los católicos de la vida política y dejar la manos libres a los nazis. Pío XI lanzó entonces una encíclica, escrita bajo la inspiración de Pacelli, ya secretario de Estado del Vaticano, donde no había ninguna condena explícita de la represión, las persecuciones y el racismo.
Tras la anexión de Austria en 1938, Hitler -austríaco de nacimiento- llegó a Viena, se entrevistó con el cardenal Innitzer quien pidió que se acogiera la anexión con buena voluntad, y pidió, como le había ordenado el Führer, que las organizaciones juveniles católicas se incorporaran a las juventudes hitlerianas. Pocos días después Innitzer encabezaba una declaración del episcopado austríaco en la que se daba la bienvenida a los ocupantes y se ensalzaba al nacional-socialismo.
En el verano de 1938, mientras agonizaba, Pio XI se preocupó de justificar el antisemitismo en Europa y encargó la redacción de otra encíclica dedicada al tema. El texto, que nunca se publicó, se descubrió hace poco. Lo escribieron tres jesuitas, pero presumiblemente Pacelli estuvo a cargo del proyecto. Se iba a llamar Humani Generis Unitas (La unión de las razas humanas) y estaba llena de aquel racismo simplón que Pacelli había demostrado siempre en Alemania. Los judíos -dice el texto- eran responsables de su destino; dios los había elegido, pero ellos se negaron, mataron a Cristo y cegados por su sueño de triunfo mundial y éxito materialista, se merecían la ruina material y espiritual que se habían echado sobre sí mismos. El documento añadía que no se podía defender a los judíos como exígen los principios de humanidad cristianos porque podía conllevar el riesgo inaceptable de caer en la trampa de la política secular.
La encíclica llegó a Roma a finales de 1938 pero no se sabe por qué, no fue presentada a Pío XI. Pacelli, convertido en el papa Pío XII el 12 de marzo de 1939, ocultó el documento en los archivos secretos y les dijo a los cardenales alemanes que iba a mantener relaciones diplomáticas cordiales con Hitler. Estaba convencido de que intervenir a favor de los judíos sólo podía llevar a la Iglesia católica hacia coaliciones con fuerzas hostiles al Vaticano. Lo mejor era seguir aliados al Eje fascista.
Naturalmente, al papa Pío XII y a toda la Iglesia católica, la suerte de los comunistas y antifascistas les importaba un bledo, por más que les arrancasen el pellejo a tiras en los campos de concentración.
Tras los antifascistas, las deportaciones a campos de exterminio siguieron, momento en el que Pío XII pudo mostrar todo su amor por el III Reich. En el excepcional puesto de observación mundial del Vaticano, fue puntalmente informado sobre las atrocidades alemanas desde los primeros días de la ocupación de Polonia y apludió las masacres del Eje: poblaciones atacadas, bombardeadas, polacos, judíos, serbios, cíngaros, enfermos mentales alemanes asesinados ya antes del comienzo de la guerra. Pacelli defendió entonces las necesidades vitales del Reich, expresión transparente sobre los derechos de Hitler y los suyos a hacer cualquier cosa para alcanzar sus objetivos imperialistas.
Pacelli conocía bien los planes nazis para exterminar a los judíos de toda Europa. A lo largo de 1942, recibió información fiable sobre los detalles de la solución final remitida por británicos, franceses y norteamericanos al Vaticano. El 17 de marzo de aquel año, representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza le enviaron un memorándum a través del nuncio papal en Berna, donde detallaban las violentas medidas antisemitas en Alemania y en los territorios ocupados. El informe fue excluído de los documentos de la época de la guerra que el Vaticano publicó entre 1965 y 1981.
En septiembre de 1942 Roosevelt envió a su representante personal, Mylon Taylor, para pedirle a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos. El papa se negó a hablar porque debía estar por encima las partes beligerantes.
El 24 de diciembre de 1942, finalmente, habló de aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza, reciben la marca de la muerte o la extinción gradual. Esa fue su denuncia pública más fuerte de un exterminio brutal.
Durante toda la guerra guardó silencio y quien calla otorga. Pero cuando en 1943 empezaron a caer las primeras bombas en la mismísima Roma, Pio XII rompió su silencio y pensando en la seguridad y preservación del Vaticano como Estado, se apresuró a declarar a Roma ciudad santa. Para entonces ya habían muerto millones de personas, pero al papa no le importaba más que su Estado. Sus apariciones públicas se hicieron cada vez más frecuentes e, implorando al cielo, llamaba a la paz. Los paracaidistas de la Wehrmacht y la Gestapo cuidaron de que el Vaticano siguiera siendo un oasis en medio de la destrucción y la muerte de la guerra. Ellos fueron los guardaespldas de Pio XII. Delante de sus narices más de mil judíos romanos fueron deportados por los alemanes sin que se volviera a saber nada más de ellos. En una Italia sumida en el caos, con tres gobiernos paralelos, Roma había sido abandonada por los miembros del gobierno e incluso por el Rey. Mussolini gobernaba desde el norte en Saló, Badoglio y el Rey estaban en el sur en Bari con los aliados y el resto de Italia estaba conociendo el rigor de los nazis que trataban a los italianos como traidores. Roma, que hasta 1943, había vivido la guerra en una isla, ahora padecía en carne propia el ruido de los aviones y el espantoso efecto de las bombas. Barrios enteros se transformaban en segundos en un cúmulo de escombros. Desde sus ventanas del Vaticano Pio XII asistía junto a la curia y las monjas de servicio a algo que hasta entonces había sido impensable. Los aliados no respetaban a Roma, la ciudad milenaria y cuna de la cristiandad. Si no se paraban, el Vaticano también iba a ser víctima de las bombas aliadas o del saqueo nazi.

Lucky Luciano y el general Patton: al asalto de Sicila

Tras la derrota del Africa Korps en Túnez el 10 de julio de 1943, los aliados se dispusieron a invadir Sicilia a las órdenes del general Patton. Pero los planes iban más allá: ¿quién se haría cargo del gobierno en Italia tras la liberación? La burguesía italiana estaba comprometida con los fascistas, la única fuerza política eran los comunistas y éstos tenían las armas en la mano. Los yanquis planean reconstruir el Estado italiano en la posguerra sobre tres ejes: el Vaticano, la mafia y ellos mismos, los imperialistas estadounidenses a través de la OTAN y su sucursal gladio.
Por eso al general Patton le acompaña el hampón Lucky Luciano, liberado de la cárcel expresamente para esta operación rocambolesca. La mafia colaboraría con la invasión a cambio de la liberación de Lucky Luciano, el padrino de todos los padrinos.
Nacido en Sicilia en 1897, radicado en Estados Unidos desde 1906 y muerto de infarto en 1962, Salvatore Lucania, alias Lucky Luciano, había sido condenado en 1936 a una pena de 30 a 50 años de prisión por trata de blancas.
¿Cuál es el trueque? A cambio de su colaboración, la mafia impediría las huelgas en el puerto de Nueva York, apoyarían a Patton en el desembarco en Sicilia y obtendrían inmunidad para sus actividades. ¿Quiénes negocian? Uno, Maier Suchowljansky, alias Meyer Lansky, nacido en 1902 en Grodno, la Polonia zarista y cerebro financiero de Luciano. Dos, el senador Estes Kefauver que, tras la guerra, fue presidente de la comisión antimafia del Senado de Estados Unidos. Tres, el gobernador Dewey que había sido fiscal en el juicio contra Luciano. Cuatro, el OSS de Donovan, el contraespionaje.
Esto no es un hecho aislado en la política imperialista. La organización del narcotráfico tiene una relación directa con el final de la II Guerra Mundial, la guerra fría y los intentos de contener el avance comunista. En los años cincuenta, la CIA estableció un acuerdo parecido con la mafia corsa que, tras la salida de Francia de Vietnam, había perdido el control de la producción de opio, que había caído en manos de la CIA. ¿El trueque? La CIA entregaba el comercio de heroína a los corsos y éstos liquidaban a los sindicatos obreros y al Partido Comunista en Marsella. La inmunidad les permitió montar varias refinerías de heroína en la zona de Marsella: había nacido la French Connection.
Volvamos a Siclia y al año 1943. El contacto entre el Ejército de Estados Unidos y la mafia fue el coronel Charles Poletti, de ascendencia italiana y amistades mafiosas en Estados Unidos. El 15 por ciento de las tropas de asalto eran de origen siciliano. William Stepherson, italiano de origen y teniente coronel de la Sección de Operaciones Especiales del Ejército británico, se encargó de organizar y adiestrar a los sicilianos en técnicas de guerrilla y sabotaje. Muchos de aquellos reclutas también formaban parte de la mafia.
Los norteamericanos liberaron a los presos antifascistas de la cárcel de Ucciardone (Palermo) y del penal de la isla de Pantellería y, junto a ellos, salieron también los mafiosos. Nombraron como alcalde de Villalba al padrino Calogero Vizzini y de Misilmeri al padrino Genco Russo, de Bologueta a Serafino de Peri, el terror de Nápoles durante varios años. La Iglesia bendijo tales nombramientos.
Los norteamericanos llegaron a plantearse la independencia de Sicilia para entregársela al anticomunismo feroz de la mafiosos. El contrabandista Salvatore Giuliano, tras mantener a raya a dos divisiones alemanas con una dotación de 200 guerrileros, fue nombrado coronel por el Servicio Militar de Información. También él soñaba con la separación de Sicilia del resto de Italia, y su banda integró el Movimiento Independentista Siciliano. Feroz anticomunista, mandó una carta al presidente Truman deseando convertir a Sicilia en un Estado más de Estados Unidos para preservarla de la terrible Rusia. El 1 de mayo de 1947, su banda, apostada en las montañas cercanas al valle de Portella della Ginestra, donde se concentró un gran número de campesinos para festejar el Primero de Mayo, abrió fuego y asesinó a una docena de trabajadores antifascistas.
El presidente de la comisión italiana antimafia responde a un periodista que le requiere la causa por la cual durante 23 años no se detuvo a Toto Riina: La primera, indirecta, es el cambio de la situación internacional. El fin de los bloques ha quitado todo alivio político a las actividades de la Mafia, que siempre ha sido una importante fuerza anticomunista.

Gelli, la logia P2, la red gladio y el Vaticano

Estados Unidos recuperó a los nazis para la política de la posguerra no sólo contra la URSS sino también para los países occidentales, entre ellos Italia, donde a través del príncipe Valerio Borghese, director de la Decima Mas, reciclaron a los viejos pistoleros fascistas, entre ellos Licio Gelli...
La carrera política de Licio Gelli comenzó en España como voluntario de las Camisas Negras enviadas por Benito Mussolini a la Guerra Civil en apoyo de Franco. Agente de la Italia fascista durante los años de la II Guerra Mundial y Oberleutnant de las SS, tras la Guerra Civil española fue enviado como enlace a Alemania, donde actuó como interlocutor con los oficiales del III Reich y el X2 de la OSS estadounidense (antecedente de la CIA). Su experiencia en inteligencia llevó a que su jefe Borghese le traspasara a la CIA tras la guerra, interesada en contener el desarrollo de los comunistas en toda Europa.
Su caso no es el único. Umberto Ortolani es otro ejemplo de la misma especie. Durante la II Guerra Mundial, Ortolani fue uno de los jefes del servicio de inteligencia militar fascista especializado en contraespionaje. Era un abogado católico, miembro de la logia P2 y con mucha influencia en el Vaticano.
Gelli creó la logia masónica Propaganda Due para dirigir la guerra política contra el comunismo en Italia. El viejo pistolero fascista se convirtió en el personaje central del dispositivo secreto del Pentágono. A través suyo se tejieron los hilos de Gladio que le permitieron convertirse en uno de los provocadores anticomunistas más señalados de la Guerra Fría época en la que, a la sombra, permaneció vinculado al Vaticano y a distintos sectores del poder en Italia. Asistió a las ceremonias de investidura de los presidentes estadounidenses Carter, Reagan y Bush (padre).
En 1993, cinco antiguos presidentes de gobierno, varios ministros y más de 3.000 políticos y empresarios fueron acusados, procesados o condenados por corrupción y asociación con la mafia. Entre ellos había también numerosos militares, funcionarios del gobierno y obispos. Uno de los implicados, Francesco Madonia, jefe de la Democracia Cristiana, cayó abatido a tiros tras la confirmación de la sentencia. Toda la cúpula de las fuerzas armadas y de los servicios secretos italianos estuvo asociada a la logia P2. Según el periodista alemán Jürgen Roth, desde 1983 Bettino Craxi, ex presidente italiano socialista, también fue corrompido con millones de dólares de la P2. De acuerdo con los planes de la P2, en sus cuatro años en el cargo aseguró mediante decretos del Gobierno, entre otras cosas, el imperio mediático del miembro de la P2, Silvio Berlusconi.
Gelli fue acusado de ejercer un papel fundamental en gladio, así como de espionaje, sabotaje y chantaje, para lo cual recibió enormes sumas de dinero de la CIA que iban a parar a su bolsillo y al de su logia P2 a través del agente estadounidense Richard Brenneke. Ese dinero era utilizado para financiar operaciones especiales de la CIA así como el terrorismo fascista en los años setenta, cuyo origen eran el tráfico de drogas y de armas controlado por la agencia norteamericana.
Ante la magnitud del escándalo, el parlamento italiano designó una comisión que trabajó durante dos años, con la ayuda de 40 comisarios especializados en el crimen organizado, para desenredar los hilos. El 20 de mayo de 1984 se publicó el texto del informe de la Comisión, llamado Informe Anselmi, en la revista L'Espresso. Es la síntesis de unas 500.000 páginas de documentos, testimonios y declaraciones acumuladas por los investigadores, que ocupan un salón entero del Parlamento italiano custodiado día y noche por guardias armados. El Informe revela también los crímenes cometidos y las conspiraciones de golpe de Estado fascista en Italia (Operación Rosa de los Vientos).
Al destaparse la red Gladio en 1990, el escándalo llevó a la prohibición de las sociedades secretas, entre ellas la masonería, en Italia. La logia fue aparentemente disuelta y sus miembros acusados ante los tribunales por su implicación en varias tentativas de golpe de Estado fascista. En todas ellas estaba directamente implicado el Vaticano. Pero nadie se atrevió ni siquiera a sugerir la disolución de la Iglesia católica. Sin embargo, los vínculos entre la logia P2 y el Vaticano son de dominio público. En septiembre de 1978, el periodista Mino Pecorelli, antiguo miembro de la logia P2, había escrito un artículo titulado El Gran Alojamiento del Vaticano, dando los nombres de 121 masones dentro del Vaticano. La lista estaba integrada por cardenales, obispos, y prelados de alto rango. Los nombres de Jean Villot, su Ministro de Asuntos Exteriores, el cardenal Paul Marcinkus, jefe del Banco del Vaticano, y Pasquale Macchi, su secretario personal estaban en la lista.
Pecorelli fue asesinado a tiros el 20 de marzo de 1979...

La mafia y el Vaticano

La alianza Vaticano-EEUU-masonería-Cosa Nostra se gestó, pues, al comienzo de la Guerra Fría. La mafia siciliana fue una especie de gobierno secreto estadounidense, impulsado por la necesidad de enfrentar al enemigo común, de impedir por todos los medios la extensión del comunismo en Europa. A cambio, la mafia italo-norteamericana utilizaba el Instituto para las Obras de Religión (también llamado Banco Vaticano) para blanquear dinero sucio procedente del tráfico de drogas y de armas, así como de otras actividades criminales.
Las investigaciones del proceso mafia-P2, emprendido en Italia a principios de los años ochenta, demostraron que el Vaticano sirvió durante más de una década como paraíso fiscal. La logia P2 utilizaba los servicios del Banco Vaticano para enviar el dinero a cuentas en Sudamérica (sobre todo a Argentina) y Centroamérica. Una gran parte de las operaciones del Contra-Gate (dirigida por el entonces vicepresidente de Reagan, George Bush, padre del actual presidente) se realizó mediante las redes financieras de la mafia italo-norteamericana respaldadas por el Vaticano.
El Banco Vaticano estaba muy estrechamente vinculado al Banco Ambrosiano, propiedad de Roberto Calvi. A comienzos de los setenta, Calvi había comenzado una exitosa ascensión en el mundo de las finanzas italianas de la mano de su padrino, Michele Sindona, miembro relevante de la logia P2 y banquero de la Cosa Nostra desde 1957. El Papa Pablo VI nombró a Sindona Consejero Financiero del Vaticano y la investigación del juez Ferdinando Imposimato demostró más tarde que fue escogido con conocimiento de causa por la Santa Sede.
El Banco Ambrosiano fue un trampolín al servicio de la CIA y la mafia para distribuir cantidades astronómicas de divisas a los escuadrones de la muerte controlados por la CIA, con la complicidad de las ventajas fiscales y la opacidad del Vaticano.
Sindona introdujo a Calvi en los círculos del poder vaticano, en asociación con monseñor Marcinkus, uno de los más firmes aliados de la mafia italo-norteamericana en el Vaticano. La conexión Banco Ambrosiano-Banco Vaticano fue también la vía a través de la cual Licio Gelli ingresó en el núcleo de personas influyentes dentro de la Santa Sede. En relación con esto Pablo VI confesó a un cardenal: El humo de Satanás entró en la Iglesia.
Cuando en los años ochenta estalló el escándalo del Banco Ambrosiano, la Santa Sede se excusó diciendo haber sido víctima de Sindona. Pero no fue así: para financiar su expansión imperialista, Pablo VI aceptó hacer una alianza con la mafia que le proporcionaba dinero fresco en cantidad abundante. Después que las cuentas y deudas del Banco Ambrosiano fueran canceladas, la Santa Sede se esforzó en hacer creer a la opinión pública que la situación había sido saneada. La investigación llevada por el Inside Fraud Bulletin demuestra que tampoco es así.
Además del Vaticano y la mafia, en la quiebra fraudulenta del Banco Ambrosiano estaba con ellos la logia P2 de Licio Gelli. Así se financiaron muchas de las matanzas cometidas por los fascistas en Italia, en España y en América del sur y central en los años setenta y principios de los ochenta.
Esas fabulosas sumas de dinero fueron canalizadas a través de paraísos fiscales como Panamá o Nassau, que después servirían para financiar todo tipo de operaciones secretas (asesinatos de militantes y dirigentes progresistas, golpes de Estado, desestabilización de gobiernos, etc.). El ex dictador panameño Noriega, un agente de la CIA que integraba la logia mafiosa, intentó sin suerte que el Vaticano intercediera para su liberación tras ser derrocado de la presidencia de Panamá.
Desde el final de la guerra mundial, el Banco del Vaticano encubre numerosas operaciones internacionales de blanqueo de dinero de gran envergadura. Si entonces fueron fondos expoliados por los nazis, luego fueron las guerras encubiertas de la CIA y el dinero sucio del crimen organizado.
El Banco del Vaticano es una de las diez principales plazas financieras más frecuentemente utilizadas para el blanqueo de dinero. Es el principal destino de más de 55 mil millones de dólares de dinero sucio italiano, colocándose de este modo en la octava posición de los destinos más utilizadas a través del mundo para el blanqueo del dinero sucio, muy por delante de los paraísos fiscales como Bahamas, Suiza o Liechtenstein.
Una investigación reciente del diario inglés London Telegraph menciona al Vaticano como uno de los principales Estados cut out como los otros ya existentes en paraísos fiscales como Nauru, Macao y la isla Mauricio. Un Estado cut out es un Estado cuya legislación sobre el secreto bancario impide toda posibilidad de rastrear o encontrar una pista sobre los orígenes de los fondos financieros que son depositados o se colocan allí.
A diferencia de otros paraísos fiscales, el blanqueo de dinero en el Vaticano no se lleva a cabo por los bancos privados extranjeros que operan allí, sino por el Banco oficial, el Istituto per le opere di religione, que está reconocido por el Bank for Internationl Settlements y que, desde enero 2002, tiene autorización para emitir euros vaticanos, a pesar que el Vaticano no es miembro de la Unión Europea.
En el caso Alperin contra el Banco del Vaticano que se sigue en San Francisco, el abogado del Banco, Franzo Grande Stevens declaró bajo juramento ante el tribunal que el Banco del Vaticano está bajo el control del papa y que los archivos del Banco no se conservan más allá de un período de diez años.
Las pruebas se acumulan para demostrar que las actividades del banco se asemejan más a actos de piratería que a de obras de caridad.

Hemeroteca Revolucionaria - PCE (R)

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