domingo, julio 22, 2007

Trabajo y desenajenación en el ideal comunista de Marx, Engels y Lenin: un eje referencial para la alternativa socialista en el siglo XXI.

Dr. Rafael Cervantes Martínez. Instituto Técnico Militar “José Martí”
Bernardo Ruiz del Pino. Instituto Técnico Militar “José Martí”

Crecen los inadaptados e inconformes con el irracional orden económico y social internacional. Las rebeldías se generan no solo en la pobreza y carencia de lo más elemental. El consumo primermundista no logra acallar las voces de mujeres y hombres que empiezan a expresar una conciencia universal, una preocupación creciente por los destinos de la humanidad.

Algarabías aparte, los comunistas no creemos en que el camino de la socialización y dignificación humana pase por la mercancía, el dinero y el capital, aunque ellos puedan ser estaciones de tránsito. El debate sobre las alternativas se concentra en diagnósticos abundantes pero incompletos. Faltan propuestas programáticas del cómo introducir los cambios y qué tipo de sociedad sobrevendrá a los mismos. No faltan, sin embargo, los proyectos salidos de las academias que no recogen ni las experiencias de la práctica revolucionaria, ni la herencia teórica revolucionaria.

No es hora de la reconstrucción de socialismos utópicos, sino de la construcción pensada con ciencia y realismo, de la alternativa socialista que dirija un fuerte proceso de eliminar la enajenación y que progresivamente promueva nuevas formas de socialización real.

Marx, Engels y Lenin tienen en nuestra consideración un lugar en este análisis por dos razones básicas, la primera es el conocimiento profundo, genético, de la sociedad que se necesita superar, el capitalismo, y la segunda es el raigal humanismo que atraviesa toda sus obras. No se puede afirmar que existe el comunismo clásico ni nadie puede justificar su deserción de nuestras filas amparado en que los fundadores no dejaron la receta de la objetivación del ideal. El ideal comunista de Marx, Engels y Lenin no fue ni se propuso ser el proyecto de la nueva sociedad.

Los clásicos del marxismo fundamentaron su concepción materialista de la historia en la interpretación histórico genética del trabajo. La historia de las formas sociales del trabajo es la propia historia del hombre. Después de la era de predominio del trabajo de forma natural, la historia del hombre se vio guiada por una tendencia a la fetichización creciente del trabajo, hasta llegar a la forma valor-dinero para transformarse en capital y continuar su metamorfosis, manteniendo siempre la tendencia a la enajenación hasta llegar a las más absurdas e irracionales formas, que son el capital a interés y el capital ficticio.

Al llegar al imperialismo transnacional la enajenación del trabajo desencadena un proceso extremo de fragmentación, cosificación, fetichización de las relaciones sociales. El socialismo no puede pensarse como un accidente histórico, una sociedad construida en el vacío o un proyecto que parte de un cero social.

También comprendieron los clásicos del marxismo que la construcción del comunismo tiene como antecedente histórico, mediato e inmediato, este largo proceso de enajenación del trabajo y su profunda huella en la conciencia social. La idea tergiversada de que la riqueza y su disfrute está cada vez menos asociada al trabajo y, en contraposición, la idea de que esta riqueza se engendra por el dinero y el capital mismo, son solo una muestra del trascendental cambio que implica proponerse organizar una sociedad fundada en el trabajo no enajenado.

Los clásicos del marxismo entendían la transición al comunismo como el acceso a un modo de apropiación superior no ena-jenante y no enajenado. Ya en los manuscritos de París de 1844, Marx define esta sociedad en los siguientes términos “la superación positiva de la propiedad privada como autoenajenación humana y por consiguiente, como auténtica apropiación de la esencia humana por y para el hombre; el comunismo entonces, como retorno completo del hombre hacia sí mismo como ser social (es decir humano): retorno total consciente realizado dentro de toda la riqueza del desarrollo previo”.1

Siguiendo esta lógica, el ideal comunista de los clásicos del marxismo tiene como eje referencial los procesos de desenajenación, reapropiación, descodificación e integración del sistema de las relaciones sociales heredadas, hasta elevarlas a una nueva cualidad histórica: una reapropiación consciente de las fuerzas productivas; un estado cuya función esencial sea la emancipación social; una planificación que garantice que el libre desenvolvimiento de cada uno sea condición del libre desenvolvimiento de todos; un nuevo carácter social del trabajo expresado en el carácter directamente social de cada partícula de trabajo concreto; una revolución en el sentido mercantil de la riqueza que lo sustituya por un sentido humano, que haga del hombre no un ser de valor relativo con relación a otros hombres, sino que sus capacidades individuales cultivadas integralmente sean el valor absoluto de la riqueza social.

El proceso de eliminar la enajenación del trabajo es pensado por los clásicos del marxismo como una revolución en el modo de producción, lo que lleva implícito un cambio histórico sustancial en el modo de apropiación de sus condiciones de existencia. La construcción de las formas económicas superiores provocan como tendencia, en uno u otro grado, rupturas con las formas enajenadas del trabajo social.

Para Marx la esencia de la propiedad social desborda por mucho la simple declaración jurídico normativa que convertiría a los trabajadores en propietarios nominales de los medios de producción. La propiedad comunista para ellos es una propiedad individual-social y una propiedad social-individual. El planteamiento por Marx de la sustancia individual de la propiedad social no debe interpretarse en el sentido de una propiedad fraccionaria. Más bien esta idea subraya un elemento esencial de la propiedad social, su carácter tangible y directo para la masa del pueblo, lo que ha venido a la postre de la historia del socialismo, a revelarse como uno de los elementos que no ha encontrado adecuada solución ni en la teoría ni en la práctica.

A través de la planificación el Estado en la sociedad comunista ejerce conscientemente su intencionalidad política sobre la economía. Un nuevo tipo de praxis socio histórica se inaugura mediante la planificación: la actividad social consciente.

La superación del aislamiento de los productores a través de un plan socialmente concertado cambia el sentido desde una producción mercantil capitalista a una producción directamente social. Por otro lado el diseño de cada producción particular como parte de un sistema productivo general le exigirá a aquellos asumir funciones directivas y organizativas tendientes a romper con los estrechos marcos de su especialización profesional.

Al menos dos serán los desafíos que tendrá que enfrentar el Estado socialista con un enorme significado de emancipación. Primero, la estructuración de un sistema de democracia que garantice la participación real, no formal de los trabajadores en la toma de decisiones y especialmente, a las que conciernen a la actividad económica sin lo cual no puede ni hablarse siquiera de realización colectiva de la propiedad individual. Y en segundo lugar, la integración del conocimiento científico natural, técnico y social. Integración que a su vez, presupone una revolución en la esfera educacional tendiente a la formación de una única ciencia, base de una cultura general integral: “las ciencias de la naturaleza —señala Marx— llegarán a incluir las ciencias del hombre lo mismo que la ciencia del hombre incluirá a las ciencias naturales: habrá una sola ciencia”.2

V. I. Lenin que había estudiado con detenimiento el desarrollo del capitalismo en Rusia alberga primero la idea (1918) de un tránsito cauteloso, gradual pero firme al socialismo, donde sobresalen ideas acerca de la propiedad como una “gran fábrica”; de los sindicatos como escuela de gobierno; y la de que el producto socialista —en el sentido de la economía política—, no es mercancía; entre muchas otras. Finalizada la etapa del comunismo de guerra la vida práctica impuso el necesario viraje hacia una socialización posible en aquellas circunstancias, tesis que adquirirá madurez conceptual en la transición mediata sugerida por la Nueva Política Económica (NEP).

La NEP comprendía una etapa especial en el movimiento desenajenador del trabajo hacia el comunismo, indispensable para una sociedad en la cual las premisas para un nuevo régimen social que se aspiraba edificar, no habían madurado aún.

La poca comprensión del modo de reproducción social que se pretendía superar en muchas experiencias socialistas, condujo a la pérdida del rumbo por la adaptación de fórmulas, mecanismos y redes de tejido social fertilizadas más para el resurgimiento de los valores pretéritos del capitalismo e incluso hasta monárquicos, que para la creación de una sociedad humanamente superior.

La solución de los clásicos del marxismo sobre la relación contradictoria capital-socialización —coyunturas aparte— pasa por la reducción del papel de fetiche del capital y del dinero, por la conformación de un nuevo carácter social del trabajo que parta de romper el sometimiento del trabajador a cualquier forma de expropiación de su trabajo, al resultado de él y por consiguiente revierta el sometimiento del individuo a las cosas. Quienes como ellos se formaron una idea clara de la Historia Universal no podían pensar que un cambio de tal trascendencia se podría efectuar en un solo acto. Este proceso de cambios lo comprendieron de forma combinada, a saltos y gradualmente.

Un aspecto que ha revelado la historia posterior como de gran trascendencia y que no ha encontrado en la práctica la solución necesaria, es el de pensar los cambios desenajenadores dentro de la totalidad de la formación económico social en gestación. Economía, política, cultura e ideología son entre otros componentes, módulos cuyas fuerzas resultantes tienen un derrotero común: la dignificación del ser humano. Ello no quiere decir que la integración de estas esferas fuese pensada sin contradicciones. La unidad aquí radica en que cada una de ellas reproduce una socialidad en los marcos de un determinado objetivo común. Así sería visto como un absurdo, el que la nueva economía socialista reprodujese relaciones sociales contrarias a los intereses políticos e ideológicos proclamados. Un caso extremo en estas relaciones contradictorias y su solución dialéctica, nos la brindó Lenin al aplicar el capitalismo de Estado; la solución fue subordinar conscientemente tal fenómeno económico “impuro” al poder del Estado proletario.



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1 Carlos Marx: Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844 . Editora Política, La Habana 1965, p.107.

2 Ibídem, p. 117.



Marzo/2005

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