lunes, junio 18, 2007

Qué historia y qué militancia.

El término “militancia” no está demasiado definido en la convocatoria, pero podemos considerar que refiere a la militancia política entendida en un sentido amplio, es decir, que incluye la actividad humana a favor y desde una concepción del mundo. Concepción del mundo y actividad que se localizan en el campo de las relaciones sociales que pasan por la conciencia humana, y en este sentido forman parte de las relaciones ideológicas.
Nuestro punto de partida para analizar la relación entre la producción de conocimiento sobre los hechos históricos y la militancia lo constituye la verificación de que no hay Historia (es decir, conocimiento de los hechos históricos reconstruidos por la capacidad pensante humana) que no esté vinculada en algún grado y de alguna manera a una “militancia”, esto es a la aplicación y a la defensa de una concepción del mundo. Ya Gramsci señaló que, en este sentido, no hay actividad humana no consciente.
I. Por lo tanto toda apelación a una ciencia histórica aséptica, desprendida de las contaminaciones de las ideologías, que se atiene a recoger y analizar los hechos ocurridos sólo puede estar encubriendo dos situaciones reales:
1. la ignorancia por parte del historiador de las mismas condiciones en que está produciendo conocimiento (con la imposibilidad de superar lo que puede convertirse en un obstáculo epistemofílico). Y, en las situaciones más extremas, pero también las más generales, la “naturalización” de las percepciones, de los instrumentos utilizados y de los resultados obtenidos.
2. el deliberado ocultamiento de los alineamientos (militancia) del historiador (que puede tener como objetivo la presentación de los resultados de su trabajo como “lo natural”, incuestionable).
Aunque ambas situaciones suelen darse ligadas, creo que buena parte de la discusión en torno a posibilidad de la relación entre ciencia histórica y militancia política (incluyendo aquí desde la actividad gremial hasta las concepciones religiosas) está más frecuentemente asentada en la primera situación que en la segunda.
II. Un segundo elemento que ha venido a reforzar esta supuesta contradicción entre conocimiento científico de la historia y militancia, al menos en la Argentina, es el desenlace de los procesos de luchas sociales políticas y sociales del último medio siglo y la hegemonía lograda por el capital financiero. Hegemonía que “naturaliza” (a veces bajo la forma de percibirla como “lo que es posible hoy”) una determinada concepción del mundo. Esa concepción es presentada como “natural” y sustentarla y defenderla no es percibido como reafirmación, como militancia a favor de una concepción del mundo sino como algo “natural” en la sociedad.
Un buen ejemplo de este tipo de militancia han sido todos los trabajos, tan difundidos en las ciencias sociales en Argentina (obviamente no sólo aquí) desde los ‘80, dirigidos a señalar cómo la clase obrera, el proletariado, tendía a desaparecer: una verdadera campaña de guerra sicológica que contribuyó a aislar a la clase obrera real, a ocultar los cambios reales que se estaban produciendo en su interior (cambio en la proporción entre su activo y su reserva, entre las distintas modalidades de la superpoblación, etc), y así a facilitar la tarea de imponerle a la clase obrera las nuevas condiciones que este momento del desarrollo capitalista requiere, construyendo el consenso (que como bien decía Gramsci oscila entre la coacción y la corrupción) necesario para imponer esas condiciones.
La naturalización de las condiciones existentes hace que cualquier conocimiento que muestre el carácter social, histórico y por tanto no “natural” de la sociedad en que vivimos sea considerado como “ideológico”, ligado a una militancia a favor de otra forma de organización social (lo que puede ser verdad), mientras se le quita el carácter de “militante” al conocimiento construido a partir de la aceptación de las condiciones existentes (presentado como aséptico y/o como técnico). Cuando un liberal "investiga" las bellezas del orden conservador es considerado un académico, un científico; si un marxista o un nacionalista investigan sobre una lucha del movimiento obrero es “un militante”, “un ensayista”, “hace afirmaciones no demostradas”, etc. Claro que debemos reconocer que a veces esas críticas tienen en qué apoyarse: muchos de los que dicen alinearse con la clase obrera y el pueblo abonan a la imagen de poca rigurosidad; y lo hacen en parte porque consideran que sólo por declararse alineados con los obreros o el pueblo es suficiente; porque su concepción del mundo, su ideología utopista (populista o socialista) les hace creer que el mero abrazarse con el pueblo garantiza un conocimiento mejor, sin necesidad de seguir los métodos de la ciencia. El resultado es que les regalamos a los liberales y sus secuaces (generalmente poco rigurosos y más aún hoy, cuando deben defender un orden social en descomposición pero que ellos embellecen en sus discursos) la bandera del conocimiento científico, mientras el campo del pueblo, que necesita de la ciencia como una de las armas para la liberación humana, se encuentra con charlatanes de feria.
III. La disyuntiva entre Historia y militancia es falsa. No hay historia, no hay trabajo historiográfico por más banal y endeble que sea, que no pueda tener efectos sobre los alineamientos en la sociedad. El mejor ejemplo lo constituye lo que ocurre hoy en nuestra disciplina: se presenta la historia como alejada de la militancia (y por ello mejor), cuando en realidad se está haciendo una militancia del no conocimiento, o al menos del desconocimiento de los procesos totales. Esa es una militancia que no es neutra políticamente, que apunta, como ya dije a parcelar la realidad impidiendo su comprensión como totalidad.
Lo mismo, cuando un estudiante o graduado propone investigar un aspecto de la historia de las luchas obreras (de las que sabemos tan poco) y lo orientan a investigar la vida privada en algún barrio o período alejado, o entre los inmigrantes búlgaros o cualquier otro tema que, abordado aisladamente, resulta totalmente irrelevante; es aquí cuando su orientador está militando en contra de la clase obrera, lo diga o no lo diga, lo sepa o no lo sepa.
Por cierto que, para ocuparse de esta militancia contra la clase obrera no es necesario hacer referencias personales al profesor tal o cual. Porque hay que evitar caer en el viejo truco de demonizar a un individuo o a un grupo de individuos mientras se deja intacta su concepción historiográfica y política, los fundamentos de su ideología y, sobre todo, los intereses a los que sirven. Y les recuerdo el ejemplo de lo ocurrido con los responsables del llamado proceso de reorganización nacional: mientras se personifica el mal en un par de decenas de militares sometidos a juicio sus verdaderos mandantes y beneficiarios (la oligarquía financiera) mantienen intacto su poder bajo el nuevo rostro de sus cuadros políticos. No se trata entonces de hablar de fulano o mengano (lo que finalmente puede estar ocultando nada más que la aspiración a reemplazarlo en la cátedra o el subsidio) sino de combatir concepciones teóricas y maneras de abordar la investigación histórica que sólo abonan a perpetuar una forma de organización social anti humana.
IV. Por eso, en lugar de perder el tiempo discutiendo acerca de la relación entre Historia y Militancia, entrando en los términos de una tramposa opción planteada por los que naturalizan el sistema social, deberíamos plantearnos qué conocimiento de la historia, con qué instrumentos, acerca de qué problemas deberíamos construir. Si queremos que la producción de conocimiento, que la división del trabajo en la sociedad ha dejado, en alguna medida, en nuestras manos, sirva para modificar esta sociedad anti humana.
No se trata de volver a discutir la función social del intelectual. Tampoco es necesario volver a discutir, porque ya lo sabemos hasta el hartazgo, que existen intereses encontrados en la sociedad, y que cada intelectual deberá decidir a qué intereses, y por lo tanto a que fracciones o clase social, a que campo, a que bando, tendrá como referente de su actividad como intelectual; y, por lo tanto, cuáles serán los problemas fundamentales que deberá abordar y con qué instrumentos.
Y esto nada tiene que ver con los discursos acerca de cómo nos ganamos la vida (concursos, cargos, subsidios) y con quién conversamos (ir al pueblo, entrevistarse con obreros o militantes), en que terminan muchos de estos planteos acerca de la militancia, mientras dejan sin cuestionar los fundamentos teórico-metodológicos de la historiografía oficial.
V. Entonces, lo que deberíamos preguntarnos es qué Historia y qué militancia pretendemos. Lo que debemos hacer como intelectuales, como científicos, es plantear con método científico los problemas reales de la sociedad argentina para construir un conocimiento que contribuya a resolver las cuestiones fundamentales.
La Argentina es un país dependiente de capitalismo desarrollado. En el último cuarto de siglo estos dos rasgos se han acentuado. La nación está más sometida que nunca al imperialismo. Y mientras se ha potenciado la fuerza productiva del trabajo, el pueblo, la masa trabajadora y explotada, han sufrido un proceso de pauperización y de proletarización, mientras la riqueza y la propiedad se centralizan en menos manos. Claro que esta es una caracterización muy general ¿Cuáles son los problemas que debemos plantearnos para desarrollar esta caracterización? ¿Cómo se construye una fuerza social que tenga la capacidad de superar esta situación? Esos son los problemas reales que debemos plantearnos como científicos y como pueblo.
En síntesis, no se trata de ser la izquierda de la corporación, peleando por espacios dentro del gremio, sino de contribuir a la formación de una fuerza social que tenga como meta la liberación nacional y social.

Nicolás Iñigo Carrera

Noviembre de 2000

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