domingo, abril 15, 2007

La "Operación Gaviota", último combate del ERP

18 de febrero de 1977

"La verdad llega. A veces hay que esperarla mucho, pero llega. Lo sabemos los argentinos que nos tenemos que mover en el reino de la mentira y la cobardía. En Alemania se acaban de conmemorar con solemnidad los cien años del nacimiento de Georg Elser, el gran atentador, el que quiso terminar para siempre con el régimen terrorista del nazismo de su país alemán. Para lo cual intentó matar a Hitler. El atentado fue cometido por Georg Elser solo. No logró su propósito por una mínima fracción de tiempo, ya que el feroz asesino público se había retirado trece minutos antes que el explosivo estallara en el Bürgerbräukeller, la cervecería de Munich donde los nazis celebraban sus aniversarios. Pero lo que se acaba de realizar en Bremen no se trató de un acto para lavar conciencias y quedar bien. No, fue un acto absolutamente oficial donde se analizó con toda seriedad la obligación de todo ciudadano libre de actuar contra los tiranos, de ofrecer su vida contra todos los que pisotean la Constitución de un país y sus derechos humanos. La ciudad de Bremen ha dedicado una semana de conferencias y discusiones acerca de si Georg Elser, el valiente libertario, hizo bien en tratar de eliminar al político asesino o no estaba en su derecho hacerlo. Y para que no quedaran dudas se llamó a la ex presidenta de la Corte Suprema de Alemania, Jutta Limbach, para analizar el tan discutido problema. Actualmente Jutta Limbach es presidenta del Instituto Goethe e Internaciones, justamente los organismos alemanes que se dedican al intercambio cultural con el exterior. Y Jutta Limbach justificó absolutamente el atentado de Georg Elser contra el bestial tirano".
Osvaldo Bayer (Contratapa P12)

Sé perfectamente que en estos tiempos no se puede hacer a la ligera la apología de los magnicidios, aunque estos estén motivados como autodenfensa, en el sentido del "legitimo derecho a matar" al tirano que bien sostiene Osvaldo Bayer, como modo de evitar un mal mayor. Ello se debe a que la práctica indiscriminada de atentados por parte del terrorismo actual, para responder al terrorismo de Potencia, sin parar a mientes en las víctimas inocentes –y que, curiosamente, casi nunca mata a tiranos, sean estos reyes, generales o presidentes mesiánicos, y sí a trabajadores inmigrantes–, los ha desnaturalizado y deslegitimizado y da lugar tanto al rechazo justificado desde la ética militante, como argumentos a la hipocresía que desde Guernica y Dresden, pasando por Hiroshima y Nagasaki hasta Vietnan e Iraq, derrocha el terrorismo de Potencia, hoy monopolizado por el Estado teocrático estadounidense. Cierta analogía se ha dado también con la guerra civil, siempre van a quedar dudas si los males que se pretendió evitar, aceptando o eludiendo la guerra, no se agravaron. Así lo decía el General Perón "entre la sangre y el tiempo opté por el tiempo". Sin embargo, a conciencia o a pesar del General, resultó ambas cosas, tiempo y sangre.
Por otro lado, la tradición marxista rechazó doctrinariamente el atentado individual como supuesto acelerador de la lucha de clases, calificándolo de terrorismo y sólo lo consideró legítimo en situaciones excepcionales. De alguna manera lo jerarquizó aceptándolo sólo como parte de acciones militares dentro de una estrategia de liberación, en donde la frontera del atentado con la táctica de la emboscada a fuerzas militares puede llegar a ser difusa. En ese sentido el Che es la expresión máxima de esa ética. Tal era también la postura del PRT-ERP, el rechazo al terrorismo y a la pretensión de "ganar" espacios políticos por medio de los atentados y, sobre todo, evitar la indiscriminación por el riesgo que ello significaría para los civiles inocentes. Eso no lo eximió de algunos graves errores, que asumió y se autocriticó en su oportunidad.
Es en ese contexto que se efectuó la Operación Gaviota, un atentado contra el General Videla, no para acabar con la dictadura con un acto aislado, sino como parte de la resistencia, un duro golpe a la cúpula castrense, desmoralizar a los militares y sobre todo elevar la moral de la población ante esa demostración de voluntad de la guerrilla. No es posible saber que "hubiera" pasado con la eventual muerte de Videla, quizás no "hubiera" cambiado su rumbo esencial, como tampoco había garantías que la muerte de Hitler hubiese cambiado la historia de Alemania. Por lo tanto esta acción del ERP no es muy diferente de lo que se propuso el ácrata alemán George Elser con Hitler y que hoy su país, no sólo lo reivindica, sino que legitimiza. Osvaldo Bayer pone de ejemplo a la justicia del país de sus ancestros. Eso está muy bien, y por ello es que creo corresponde también conocer este intento del PRT-ERP y analizar qué nos diferencia de los alemanes, porque: "Si Elser en su atentado habría tenido éxito, se hubieran salvado los millones de inocentes", como afirma Bayer, la misma reflexión podría hacerse en el caso argentino. ¿Hubiéramos evitado treinta mil desaparecidos? No lo sé. No creo en la pretensión racionalista de leer la historia en subjuntivo; lo que "hubiera" pasado queda para la imaginación de la literatura, no para la historia; en cambio sabemos lo que pasó. Sólo se puede dar fe que efectivamente el ERP actuaba pensando –como Elser– que sólo se podía frenar la ferocidad represiva con acción; en cambio el partido comunista llamaba a la unidad cívico militar apoyando a Videla para "cortar el paso al Pinochetismo", un supuesto sector más "duro" de las FF.AA. El ERP no logró su objetivo y la historia da su veredicto: fue la dictadura más sangrienta de todos los tiempos en este país y no creo que pueda pensarse que más "suave" que la de Chile. No sabemos qué "hubiera" sido, sabemos lo que fue. Por eso Bayer, tomando el caso de Alemania, pone en discusión el rescate del derecho al tiranicidio, la actitud de resistencia, sin perjuicio de lo que "hubiera sido", de eficacias, oportunidades o cuestiones de conveniencia, porque nadie puede saber de antemano la resultante de sus actos.
Repito, la intención de atentar contra el tirano estaba dentro de la concepción de resistencia armada y no armada a la dictadura. La oportunidad la brindaba el hecho que Videla y parte de sus gobierno solían trasladarse en el avión presidencial Tango 02 partiendo del Aeroparque de Buenos Aires, un F 28, que luego pasaría a la historia de la aviación. Se tuvo en cuenta la existencia de un arroyo subterráneo que atraviesa la pista, el Maldonado, y se pensó en una carga explosiva para hacer estallar al momento del despegue. El ERP –a diferencia de la mortífera eficacia de Montoneros, quienes meses antes habían volado un Hércules don tropas de gendarmería en el aeropuerto de Tucumán–, realizó muy pocos grandes atentados con explosivos y cuando lo hizo adoleció de fallas.
La operación la dirigió un explosivista del ERP, Alberto Strejer a quien le decíamos La Tía. Desde el punto vista práctico, era muy complicada, había que colocar una carga sobre el techo del túnel debajo de la pista, desplegar cientos de metros de cables para accionar en forma eléctrica, ya que no se tenía garantía que los sistemas de control remoto funcionaran dentro de los túneles. Luego había que montar un puesto de observación con una referencia para indicar al artillero el momento justo de accionar, cuando el avión pasara exactamente por el sitio indicado. Sólo colocar una carga de cerca de cien kilogramos de trotyl adosada a la bóveda desde una balsa flotando sobre el arroyo, ya era una enorme dificultad práctica. El grupo, según este relato aproximado, estudió la red pluvial y tomó un punto de ingreso por una acantarilla que estaba a una considerable distancia del objetivo y trazó el itinerario subterráneo. Después perforaron el piso de una citroneta y la estacionaron sobre una boca de tormenta para entrar con todos los pertrechos sin llamar la atención, caminar por los caños y navegar sobre el Maldonado hasta el punto exacto. Todo un trabajo de ingeniería con la represión literalmente sobre sus cabezas. Supongo que la estructura bajo la pista debería ser visible por sus características constructivas, pues de lo contrario, asegurarse estar situados en el punto preciso hubiera necesitado minuciosas mediciones muy difíciles de disimular. Se extendieron los cables hasta el detonador que estaba en un punto en que se aseguraba contacto visual con el observador para accionar en el segundo justo. Nunca pude saber por qué razones Strejer decidió colocar una carga extra, de potencia algo menor, hacia un costado de la pista.
La misión del observador, por su parte, sentado en las gradas de un estadio cercano, no era fácil, debía distinguir con precisión al avión presidencial en un aeropuerto de un intenso tráfico y no siempre con clima adecuado, a veces la neblina dificultaba la visión. Tomar un punto de referencia para establecer desde su ángulo de observación el momento preciso. Por otra parte la operación tenía que estar montada y lista para accionar a la espera del viaje del tirano, información obtenida por medio de la prensa. Fueron varios meses entre preparación y espera del momento adecuado, con varios intentos que no se llevaron a cabo por diversas circunstancias: malas condiciones climáticas, cambio de planes presidenciales, no distinguir al aparato con precisión y, ante la duda y el riego de producir una catástrofe con un avión de línea, abortar, a pesar que cuanto más tiempo pasaba más peligro corría el equipo operativo.
Finalmente llegó el día D, el 18 de febrero de 1977, hace hoy exactamente treinta años; los combatientes no lo sabían, nadie lo sabía, nadie lo podía imaginar, pero ese sería el último combate de importancia del ERP en la Argentina, después de siete años de lucha armada continua. La radio había anunciado que el dictador viajaría con sus comitiva hacia Bahía Blanca; el equipo tomó posiciones. El avión con Videla, Harguindeguy y Martínez de Hoz, carreteó aproximándose al punto en que el arroyo cruza debajo de la pista, el observador levantó el brazo cuando el Tango 02 pasaba por el sitio indicado y con su tren de aterrizaje ya a una altura considerable del suelo; el operador accionó el detonador. En la pista se produjo un crácter invertido, como surgencia de un pequeño volcán, pero el avión, quizás por ser un poco menor de tamaño que los comerciales, se había elevado lo suficiente como para que la onda expansiva no lo desestabilizara; recibió una andanada de cascotes de hormigón y se sacudió, no obstante el piloto lo pudo controlar y luego aterrizaría en el aeropuerto militar del Palomar. La magnitud de la explosión fue insuficiente para quitar sustento al aparato para que se estrellara. Al parecer habría estallado sólo la carga adicional, la que habría expulsado a la carga principal sin tampoco hacerla estallar por efecto de simpatía. Sólo hipótesis y suposiciones, nunca pudo saberse qué pasó en ese túnel y existe escasa información pública de parte de las autoridades sobre este hecho. El circuito eléctrico había sido probado muchas veces antes de instalarlo. Lo cierto es que el tirano salvó la vida y continuó su viaje, porque dios demuestra con harta frecuencia estar del lado del poder. El equipo que efectuó el atentado no fue capturado, pero Alberto Strejer, sería secuestrado y desaparecido meses después cuando continuaba sus tareas militantes.
Escribe Osvaldo Bayer: "Nosotros, los argentinos, tuvimos dos Georg Elser. Se llamaron Simón Radowitzky y Kurt Wilckens. Hicieron justicia con su propia mano por el derecho de matar al tirano". Como vemos, no sólo los liberales suelen contar la historia en forma sesgada; la década del setenta dio muchos Georg Elser, varones y mujeres, entre ellos Alberto Strejer y su equipo cuyos nombres quedaron en el anonimato; y sólo si empezamos a reconocerlos dentro de nuestro campo, se podrá exigir a la instituciones del país que los reivindiquen como lo hace Alemania, reconocer esa voluntad de resistencia que implica jugarse la vida, y abrir una franca discusión político, filosófica y jurídica, sobre el derecho al tiranicidio que incluye, en cada situación, no lo olvidemos, la consideración ética sobre las consecuencias fatales para terceros inocentes de ejercer tal derecho.

Luis Mattini

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